"El toro debe galopar. Ese toro tan parado de los últimos tiempos no sirve. Un pasecito ahora y otro después no ayuda al éxito, eso no emociona y la gente acaba protestando". Esa fue la primera declaración de intenciones de Álvaro Domecq en esta charla que tiene lugar en Los Alburejos, la finca de referencia, sede de una historia que no sólo recobra brillos del pasado sino que refuerza su vigencia para el futuro inmediato. Habíamos quedado para hablar un rato de lo divino y de lo humano con el resurgir de los torrestrellas como tema de fondo. Nos hemos sentado en un salón del cortijo, leyenda pura por todos los rincones, glorias recientes pendientes de las paredes y muros, una copa de oloroso y una conversación larga por delante.
"El toro debe galopar. Ese toro tan parado de los últimos tiempos no sirve. Un pasecito ahora y otro después no ayuda al éxito, eso no emociona y la gente acaba protestando". Esa fue la primera declaración de intenciones de Álvaro Domecq en esta charla que tiene lugar en Los Alburejos, la finca de referencia, sede de una historia que no sólo recobra brillos del pasado sino que refuerza su vigencia para el futuro inmediato. Habíamos quedado para hablar un rato de lo divino y de lo humano con el resurgir de los torrestrellas como tema de fondo. Nos hemos sentado en un salón del cortijo, leyenda pura por todos los rincones, glorias recientes pendientes de las paredes y muros, una copa de oloroso y una conversación larga por delante. Han pasado los años y a uno sigue haciéndosele extraño no encontrar a don Álvaro, el patriarca, entre aquellas paredes o en aquellos patios dedicados a la yegua Espléndida y al caballo Universo, alter ego una y otro del propio don Álvaro y de Alvarito en tantas y tantas tardes de gloria por los ruedos del mundo; o al pie de los azulejos que recogen sentimientos camperos y homenajes a hombres leales al caballo y al toro, a Casimiro por ejemplo, el conocedor histórico de la casa, fundador de una dinastía de grandes hombres de campo. Álvaro, Alvarito durante tantos años, gorrilla campera, recostado en un sillón, patriarca de generosa humanidad ahora, diría que con la felicidad ganadera recién reestrenada en las ferias de lujo, recrea en voz alta sus sentimientos y explica sus librillos de maestro ganadero. Este año ha sido su año, el esperado.
- “Yo comprendo que algunos toros tuvieran sus dificultades, que las nuestras son corridas que pesan mucho, pero en realidad no había nada que en mi opinión justificase que no se lidiaran”
- “Nosotros nunca hemos pedido a nadie que nos toree una corrida. Si sabían que había toros en casa y no venían qué podía hacer…”
- “En los tentaderos les pego seis puyazos a las vacas. Que vengan de punta a punta, una y otra vez, hasta seis veces han de cruzar la plaza. Al toro hay que exprimirlo”
- “A Paquirri le gustaban mucho nuestros toros. Decía que volaban. Y hay fotos que lo explican, aparecen toros con las cuatro patas levantadas en el aire persiguiéndole la muleta”
- “Mi padre y mi tío Juan Pedro no es que tuvieran criterios distintos, es que tenían una ganadería distinta. Mi padre era un enamorado de Rincón, decía que esas vacas tiraban dos cuartas más para adelante y desde que salió de Jandilla insistió en ese camino”
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