La desaparición de la Tauromaquia convertiría en quimera del pasado escenas como esta: ni pradera, ni dehesa, ni sueños… ni, ni, ni… El toreo es vida pero ellos -los antis- solo son capaces de ver la muerte.
La vaca 893, Acallada de nombre, del hierro de Toros de Salvador Domecq acaba de parir mellizos, un macho y una hembra, los dos de pelo mulato, en la paradisiaca finca de El Torero, a los pies de Vejer en la zona de influencia de La Janda, en un entorno de libertad y naturaleza que no disfrutarán jamás sus congéneres de otras razas ni los canes ni gatos -pongamos por caso- que los falsos animalistas tienen secuestrados en las viviendas de las grandes ciudades a la espera de que los quieran sacar a pasear.
Ni qué decir tiene que defender la Tauromaquia es defender el toro, su hábitat, su libertad, escenas como esta, que los becerros conozcan a sus madres y mamen de sus ubres en lugar de ser secuestrados inmediatamente en naves de engorde, que tengan nombre, que se reproduzcan por monta natural, que generen riqueza y sueños… La desaparición de la Tauromaquia convertiría en quimera del pasado escenas como esta: ni pradera, ni dehesa, ni sueños… ni, ni, ni… El toreo es vida pero ellos -los antis- sólo son capaces de ver la muerte.
