La página de Manolo Molés

Un, dos, tres: que no se repita otra vez

Manolo Molés
domingo 27 de mayo de 2018

En tres días, tres presidentes han hecho méritos para que los pasen, como mucho, a bedeles. No puede ser tantos errores seguidos en la primera plaza del mundo. Donde debería imperar la sensatez, el conocimiento, la justeza o justicia como quieran llamar al equilibrio del palco con más importancia y trascendencia de todas las plazas. Un palco que quita cuando no hay razón, o que cuando tampoco hay argumentos reales, es una veleta que siembra el desconcierto. Y más aún porque en Madrid todavía los trofeos, o los petardos, tienen valor en la bolsa taurina. Lo uno para sumar contratos y lo otro para amontonar olvidos.

No es fácil ser un presidente completamente entendido y completamente justo. Pero Madrid sí debe cuidar esto. Un regalo al final en Las Ventas es un regalo envenenado porque la afición no se chupa el dedo. Y un error te hunde en una profesión donde solo Madrid te saca de penas, o te hunde en ellas. Los presidentes de Madrid han de ser los mejores aficionados de la provincia. Los mejores. Los que mejor ven al toro para así calibrar de verdad lo hecho por el torero. Los que deben aprobar lo que corresponde y los que deben cuidar el buen orden de la lidia y sus tercios. Lo de Las Ventas en el palco o es un ejemplo o es una jaimitada.

TRES JAIMITADAS EN EL PALCO DE LAS VENTAS

Y en pocos días hemos sufrido tres jaimitadas. Seguramente, no lo dudo, de la decisión de tres ciudadanos modélicos en su vida y trabajo pero que han vuelto loca a la gente y a la feria con tres decisiones seguidas tan sonoras como las tracas de mi pueblo.

Vamos a ver, alma de Dios, cómo puede ser en tan apretado espacio que tres se pongan de acuerdo para volvernos tarumbas. Uno: el respetable señor José Magán fue el único en toda la plaza que no vio o entendió la rotunda actuación de un Fortes, tan valiente, como mejorado, como torero de mérito, como triunfador, sin mácula. Toda la plaza pidió lo justo: una oreja. Una oreja de peso. Una oreja de Madrid. Solo el usía no pensaba así. Veinte mil de acuerdo, un palco a la contra. Injustamente. Tan injusto que el triunfo de Fortes vale igual que sin la oreja del debate porque estuvo para eso y algo más. Pero don José la negó, como algún discípulo negó a Cristo en los tiempos duros. Y la oreja la pidieron el 99 por ciento de aficionados. El llanero solitario fue el que manda en el palco.

Antes de que se enfriara el arroz ya estaba ahí mi amigo Justo Polo (insisto que los tres del artículo son policías ejemplares o gente inmaculada en lo suyo), que le enseñó a su estricto colega la otra cara de la luna: la de doy una oreja que me van a decir que es “demasié”, que me he pasado. Y dicho y hecho, el beneficiado fue el joven y meritorio Francisco José Espada. Y, como no hay dos sin tres, faltaba don Jesús María Gómez-Marín, el tercer hombre de esta parranda taurina. Y cambió orejas por devolver a los corrales un toraco manso, muy manso en el primer tercio. Y eso, ya lo habrá reflexionado mi respetado personaje, es un dislate. El manso no es un pecado, es una condición posible. Y si es manso hay que seguir la lidia. Que salga el picador a ver qué pasa y si hacen falta ahí están las banderillas negras. Mire presidente, le puedo enviar la historia con final triunfal de veinte mansos pregonaos que al final protagonizaron grandes y hasta históricos triunfos. Y el capítulo quinto del reglamento, que usted publica como justificante, no vale porque no obvia otras posibilidades de la lidia, que salgan los caballos, que salgan los banderilleros con las negras y ya hablamos después si el toro sigue o se va al corral. Antes no, estimado presidente. Y otra cosa: con una corrida tan enorme de peso y trapío como la del ganadero manchego, ¿cómo aprueba un torito, noble y bueno fue, que era la mitad del que echó para los corrales? En fin. Yo puedo entender que hay días buenos y días malos. Me cuesta más entender que los tres hayan coincidido en la tormenta de Madrid. Pero de corazón les digo algo: esa plaza ha de tener lo mejor en todo. Tiene el mejor mayoral, pero en el palco de los presidentes han de ser no solo muy aficionados, sino muy conocedores de su alta responsabilidad en el manejo de los pañuelos. Les respeto en todo lo que quieran, pero con tres petardos taurinos la traca debería de darse por finalizada. Cuiden estas cosas que no son nimiedades. Y hay muy buenos aficionados, médicos, ingenieros, de todas las profesiones, que están preparados para no traer de cabeza a la plaza más importante del mundo. Ojalá sean tres lapsus pasajeros. Pero como diría el viejo profesor Tierno Galván: “al loro, estaremos al loro”, tres petardos más es mucha traca.

TE GUSTARÁN MÁS O MENOS, PERO EN EL 7 HAY BUENOS AFICIONADOS

Qué alegría lo de Fortes, qué cambio tan bueno. Qué felicidad la de Paquito Ureña saberse torero de Madrid. Lo es. Curioso, otro de Lorca: Pepín Jiménez también fue torero de culto para los aficionados del 7. Mira qué oportunidad para escribir de ellos. Te gustarán más o menos. Pero ahí hay muchos buenos aficionados. Son los más fieles a la plaza en toda la temporada. Cuando todo va bien se entregan, cuando fundamentalmente el toro les parece indigno de la plaza, lo hacen saber de manera ostensible. Alguien dirá: “pero a veces se equivocan”. Y los presidentes. A mí dame público que le guste el toro, primero, que lo entienda, segundo, que a través de él exija una lidia completa y finalmente, a través de sus virtudes, o defectos, juzga, premie o castigue al torero. Me refiero al noventa por ciento de esos aficionados. ¿Qué hay algún verso suelto? Pues asómate a la política y verás como está el patio. El primer mandamiento es amar, exigir, valorar y conocer al toro. Todo depende de ahí. Seguiremos…

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