El oficio de profeta está muy desacreditado. Hace unos años me atreví a apostar por el futuro de un novillero valenciano e hice el más espantoso de los ridículos. Pues en mi entusiasmo de aficionado que creía haber visto nacer una nueva estrella en el firmamento taurino, tuve la osadía de escribir que comenzaba por donde terminaba Ponce. Mi patinazo fue antológico, pues aquel “fenómeno” por quien eché las campanas al vuelo, apenas tuvo fuelle para un par de novilladas con picadores y de él nunca más se supo. Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, pero desde entonces aquí el menda en cuestión, sobre revelaciones fulgurantes del toreo no apuesta ya ni por el niño de la bola. Y en cuestión de milagros, como Santo Tomás “de lo que veo, la mitad creo”.
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