La idea de un San Isidro cultural es buena. Simón Casas es un hombre de ideas pero, como suele suceder con todos los individuos de acusada personalidad, hay que cuidar que no se le desboquen. El toreo no debe ser pretexto para resucitar a los “epatants” de los tiempos del cólera. Porque uno lee los nombres de los participantes hasta ahora en el espacio Arte y Cultura de Las Ventas y le parece haberse retrotraído a los finales del franquismo o a los comienzos de la transición, en los que bastaba mostrarse políticamente incorrecto para sentar plaza de ingenio y valentía. Aquellos eran otros lopeces. Eran tiempos en los que cuando llamaban a la puerta a las siete de la mañana todavía no se podía estar seguro de que era el lechero. Aún podía ser una pareja de la brigadilla encargada de perseguir rojos y ateos. Por eso, con cuatro jerigonzas verbales cualquier aspirante a la fama que daban los titulares en los periódicos y el cabreo de la gente aposentada en el poder político, militar, religioso y financiero, solían conseguir su objetivo. Los que contra Franco vivían mejor están ya demodé, y no conviene unir sus nombres a las circunstancias por las que atraviesa el toreo en la actualidad.
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