Se fue San Isidro y dicen que fue un desencanto. Yo digo que fue más o menos lo que hay. Que si quieren nos engañamos; pero si decimos la realidad hemos llegado a un punto de difícil retorno. ¿De dónde viene el mal? Del toro moderno, del toro artista, del toro que sólo humilla, del que no molesta, del que se deja, del que no tiene gasolina, del que no emociona. ¿La culpa? De quienes hayan creado ese mercado. Porque está claro que sólo venden cuatro y otros cuarenta que han tenido que apuntarse a “más de lo mismo” y que ahora tienen unas ganaderías mansas que no saben por dónde tirar. Luego están los ganaderos que todavía mantienen encastes diferenciados y útiles: Núñez, Contreras, Villamarta, Murube, Santa Coloma, Saltillo y poco más. Estos andan peleando fuera del gran banquete asentados en silla de madera. Luego vienen los encastes “pasados de moda” que ni se comen una rosca y luego una morterada de “esto es puro Domecq” que no se lo cree no el que asó la manteca. Puro queda poco. Si pureza es casta. Puro fue “Fiscal” de los Lozano, o “Pistolero” de Ibán, o “Fusilero” de Cuvillo (al que salvó el honor) o aquel novillo de Guadaira, a esos dos albaserradas de Adolfo Martín y con uno de ellos tenía Fandiño abierta la única puerta grande en el remate de la feria. Pero qué lástima que Iván no se quedara sordo cuando le gritaron “la izquierda” y no se habían dado cuenta que el toro era de “derechas cerradas” y que eso quedaba muy claro en los remates y en todo lo que hizo por ese pitón.
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