Estamos en tiempos de extremismos. Así que al mayo sangriento le contrarrestó un mayo triunfal. En este tiempo y en el mismo escenario, un manojo de nombres afianzaron sus dominios en los cielos del toreo y hasta los hubo quienes lo tomaron al asalto como el jovencísimo Rufo, Tomás Rufo, que lidió como los propios ángeles. Morante, dios padre en cuestión de divinidades toreras, se acomodó en el sitial del arte; y a su derecha entronizaron justamente al propio Pablo Aguado, que paró los pulsos toreando con el capote ante el asombro general y Juan Ortega que no se quedó atrás ni en la consideración ni en la templanza del toreo y le puso punto y seguido a la competencia de los jóvenes artistas; y finalmente junto a ellos Diego Urdiales, que cargó de razones a sus fieles.
En el sitial de enfrente, necesarios contrastes, bajo la advocación de la lidia y el activismo, apareció Juli todo poderoso, Biblia lidiadora en mano, explicando que los toros embisten más o menos, son más rebeldes o más complacientes según quién tienen enfrente y si es Juli todos parecen más obedientes; y en ese mismo rango compareció el ímpetu volcánico de un Roca Rey rampante, pidiendo guerra a los toros y a los compañeros, justo lo que salió predicando desde los inicios de año, justo lo que se necesita; y un Daniel Luque recuperado para la causa que si tuviese memoria, espero que sí, se quedaría para siempre.
Y hubo un grupo de grandes que defendieron sus sitiales con honor, Manzanares entre ellos, al que la suerte ya le debe un toro de boyantía en este principio de temporada muy a contraestilo que está sufriendo; y estuvieron igualmente Ureña y Perera, sin olvidar a Ginés Marín, que dieron la talla con gran responsabilidad.
*Publicado por José Luis Benlloch en Las Provincias el 23-5-2021.
