Seguramente no haría falta herrar un victorino para saber que es un victorino. Tal es su personalidad. El aserto valdría para el campo y para la plaza. La singularidad de sus hechuras, de su mirada, de su comportamiento, de su pelaje… son referencia de una manera clásica, seguramente la más clásica, de criar toros bravos. Reacios a las innovaciones, fieles a sus clientes, apóstoles de la bravura y la autenticidad, sus criadores han convertido su forma de hacer en una religión con miles de adeptos y también en un negocio, claro que sí. Sobrevivieron de la mano del gran Victorino, a las empresas, a las figuras, a las modas, consolidaron un encaste en peligro de extinción y los últimos años superaron la mayor de las pruebas, la de trascender a su creador, llegar a la segunda generación creciendo.
El penúltimo Victorino defiende en esta entrevista el espíritu de la casa, la crianza extensiva, la exigencia máxima, se posiciona frente a las fundas, le pone sordina al tauródromo, descifra entresijos y leyendas, recuerda viejos tratos y se cuelga la medalla, está en su derecho, de su labor de rescate de otros encastes.
- “Como no ponemos fundas tenemos que darles de comer a los toros de una forma muy equilibrada, tratando que no se pasen de peso porque si no se ponen mochos. Hay que llevarlos hasta un poco escasos de comida”
- “Nos atacan porque somos vulnerables. La fuerza que tenemos no la ejercemos y no somos capaces de exigir nuestros derechos. Para hacerlo habría que reunir un montón de asociaciones que no siempre están en la misma posición. Somos un gigante con pies de barro”
- “A una vaca lo que no le perdono es que se raje en el tentadero, que no humille o que deje que abusen de ella. Antes hay que mirar el trapío. Cuadri la que no tiene trapío ni la tienta. Yo las tiento pero para que le dé una oportunidad a una vaca sin trapío tiene que ser la leche”
Lea la entrevista completa en su Revista APLAUSOS
(Foto: Arjona)
