Ha sido una buena, excelente y necesaria semana. Tras el golpe en la mesa de un Fandiño dispuesto a derribar el muro de ese Berlín que es el Olimpo de las figuras, han pasado muchas cosas. Y hay que contarlas en su justa medida.
Llegó el bueno de Borja Domecq y envió a Madrid una patata de corrida, tras los inválidos de Nimes, y eso es lo raro, tras su excelente Feria de Fallas con su tropa de jandillas y vegahermosas. Pero en Madrid, que vino dos tardes, petardeó con una corrida de inválidos bajísimos de nivel bravo. Volvió Juan, el Fino de Córdoba, y con aquellos tullidos dejó gotas de perfume, que ahora lo tiene asolerado, sin faena pero con versos sueltos de alta escuela. Morante no encontró oportunidad de renovar su romance con Madrid; y sólo Perera dejó muy claro que está en el mejor momento de su carrera, firme, seguro y a punto de sumar otra oreja. Hizo muy bien en reivindicar la importancia de una vuelta al ruedo en la primera plaza de toros del mundo.
