La semana pasada nació, madrugada de la Ser, con un anuncio poco menos que apocalíptico sobre el futuro de la Fiesta. Nuestros hijos serán la última generación de profesionales del toreo, vino a decir José Antonio Chopera recién salido de ese torbellino de tensiones e intereses que supone el mayo madrileño. Que la sentencia llevase la firma del empresario de Madrid, plaza que todos consideramos como baluarte defensivo del toreo ante los embates de la crisis y demás legiones antitoreo, hizo estremecer las conciencias, despertó temores, vistió a la mayoría de pesimismo, de pesimismo y oro en algunos casos y puso a reflexionar al personal. José Antonio, que es hombre de reconocido talento, no debió dar la puntada sin hilo, nunca lo hizo, así que sus motivos tendría para decirlo. El más noble que se me ocurre es el de advertir de lo que se nos viene encima si no se ponen los remedios necesarios -tiene que ser entre todos- que hagan viable económicamente la fiesta de los toros y además y sobre todo, se frene el declive de reconocimiento galopante que nos afecta y que entiendo como el principal problema.
