El San Isidro recién finalizado, ha sido la prueba del algodón de que con las corridas imposibles, sólo se divierte una minoría de espectadores llevándole la contraria a la mayoría del aforo venteño. Una minoría que sigue criticando acremente a las figuras que se apunten a las llamadas “cómodas”. Y entrecomillo, porque todavía estoy esperando que alguien me diga que comodidad hay en hacer el paseíllo en una plaza con el compromiso de contender con seis toros, para dar satisfacción a las miles de personas que han pagado por asistir a una fiesta en la que unos hombres -matadores, picadores y banderilleros- se juegan la vida ataviados con vistosos trajes bordados, restallantes de caireles y lentejuelas.
