Se remató la Feria de Julio con los números, artísticos y seguramente financieros, en situación comprometida. No soplaron los vientos de popa, que dicen que es el buen viento en las urgencias. Y ni qué decir para las escapadas, en este caso del toro de la crisis. Esa es la verdad, no hubo el punto de suerte necesario. Algunas cosas no se hicieron bien y algunas de las que se hicieron bien no salieron. Por ejemplo no embistieron los toros a diferencia de las pasadas Fallas en las que embistieron muchos y mucho. En esta ocasión no hubo la gracia necesaria, pues. Lo malo o lo peor es que esta de 2013 era feria de más trascendencia de la que se le quiere reconocer. Por su peligro de extinción fundamentalmente, porque hay no pocos prebostes del toreo dispuestos a sentarse en el quicio de su mancebía a ver pasar el cadáver, gentes, cuestión de pelas, que asumen un persianazo como imaginativa solución al futuro y pregonan un cínico ¡Bórrenla, sobra esa feria! cuando hablan de soluciones para la plaza. Tampoco faltan quienes no miden las consecuencias y se encogen de hombros sin darse cuenta de que a día de hoy perder una feria es perder una plaza y si no repasen cuántas plazas hay en el mundo que son una sola feria o calculen a cuánto equivalía la temporada completa de la llorada Barcelona, pero los muy cretinos, apunten cínicos, siguen pensando y vendiendo a los cuatro vientos que la defensa de la Feria de Julio es cuestión provinciana, prurito localista u obsesión personal. Necios mercantilistas.
