Este sábado tendría que haber sido un día de celebración para la familia Manzanares y la Alicante taurina. Sin embargo, una lesión antigua y una intervención de urgencia frustraron la conmemoración de las dos décadas como matador de toros de Josemari en la plaza de su tierra. Todo estaba preparado: el día grande de las Hogueras, el gesto de estoquear seis toros ante sus paisanos, una corrida de máximo lujo de Daniel Ruiz, la misma divisa pues que la del doctorado hace veinte años, pero... se fastidió el invento.
Para la alternativa de Josemari se llenaron los tendidos del coso de la Plaza de España. Era la novena de feria. Hacía años que una ceremonia de alternativa no creaba tanta expectación como la tomada por este nuevo Manzanares. Se echó de menos a su padre en el cartel, como en un principio estaba previsto, pero el maestro estuvo presente en todo momento. Los compañeros de cartel, aun así, fueron un lujo: Enrique Ponce, el padrino, Francisco Rivera Ordóñez, el testigo. Y Virreino, negro mulato, marcado con el número 52 y que dio un peso de 547 kilos, el toro del doctorado.

José Luis Benlloch, director de APLAUSOS, lo contó de esta manera en las páginas de esta revista: “Durante toda la jornada José María contó con el respaldo próximo de su padre. Su presencia en el acto de la alternativa subió el grado de la emoción a lo más alto. Ponce, gran amigo y admirador del maestro, le pidió que se sumase al acto. En un principio se resistió. Fue sólo un gesto reflejo, inmediatamente la mirada ilusionante y aquel ¡papá, papá! Del chico, convirtió en irresistible la propuesta. Luego el detalle de que fuese el propio padre quien le entregase la espada, los abrazos, aquel último, prolongado y tierno, y las miradas vidriadas por las lágrimas, cargó definitivamente el ambiente de electricidad. Apenas hubo intercambio de palabras, sólo las del padrino Ponce deseándole suerte y pidiéndole que hiciese honor a su nombre. Y como fondo, mezclándose con las ovaciones del público que asistía a la ceremonia puesto en pie, los sones del himno de Alicante le ponía la guinda a toda aquella borrachera de sentimentalismo”.
El toricantano vistió un precioso terno azul rey y oro: “Me vistió mi padre. Como yo le quité el añadido cuando se retiró, me dijo que, como a modo de punto y seguido, me vestiría él. Para mí fue un regalo. Me vistieron él y Manolito, mi hermano, nos quedamos los tres solos en la habitación. Fue muy emotivo.
Tal y como escribió Antonio Cano para Aplausos: "En su primer toro, sus lances a la verónica entre palmas dieron paso a una faena justa en tiempo, donde la zurda dibujó un perfecto temple en naturales lentos, largos y bien rematados. Series ligadas de cuatro naturales y abrochados con unos pases de pecho al hombro contrario que alguno de ellos podría servir de cartel de toros. Buena tarjeta de visita”.

En el segundo toro llegó el delirio: “De nuevo el temple consiguió una gran faena por ambos pitones y rematada con una excelente tanda al natural. La estocada con toda ley dio paso a recorrer el anillo con las dos orejas y el rabo”. La saga Manzanares sigue. Este toricantano, si quiere, puede llegar a ser figura del toreo”.
Del resto de la tarde, Enrique Ponce realizó una faena muy medida a su primer toro, muy justo de fuerzas, y estuvo francamente bien ante su segundo toro, el más molesto del encierro, cortando una nueva oreja que le permitió salir por la puerta grande. Completaba la terna Rivera Ordóñez, muy acelerado en su primer toro, que consiguió arrancar la oreja del quinto toro en una enrazada faena.
Tras su apoteósica tarde, el joven diestro declaraba a Aplausos: “Yo estoy en el toreo para ser el número uno. Lucharé por ser el número uno. Lo prometo".
En la temporada de 2004, el maestro José María Manzanares reapareció en junio durante la Feria de Granada, y a los pocos días, concretamente el día de San Juan, se produjo el verdadero acontecimiento de alternar padre e hijo en un cartel, para dar la alternativa al diestro alicantino Francisco Javier Palazón. Según declaró el maestro alicantino: “Me alegra una barbaridad poder torear por fin con mi hijo. Era una deuda con mi hijo, ya que no le pude dar la alternativa por no encontrarme ni física ni anímicamente bien”.

