Hay ideas que matan y pensamientos que suicidan. Lentamente. Esas ideas que uno piensa y esos pensamientos que se tratan con el cuidado más tolerante, racional y coherente. Una idea llega ligera y adquiere peso cuando se piensa y pensar no es otra cosa que examinar las ideas en el tribunal más implacable que es el de la coherencia. Si la idea pasa ese examen ya es pensamiento. Y eso la convierte en un contenido firme, convencido, no negociable. Hace mucho tiempo que la idea sobre el poder que tiene un presidente para conceder la segunda oreja a un torero me parecía obsoleta ilógica incoherente anacrónica y a partir de todos esos calificativos, una deformación de la fiesta, un azar con tintes presidencialistas, un gesto grave de república bananera.
