Me escapé sólo unos días a Ibiza, a descansar y sobre todo a preparar una nueva serie, la de “Grandes del Toreo. Por dentro…” y en los ratos libres apuré los últimos baños y cogí un resfriado brutal, me di los últimos paseos por la parte vieja y en los días en que moría octubre tuve una sensación terrible. Esa zona que es el corazón de Ibiza, el pulmón de la ciudad, del verano, de la vida, del exceso, de la multiplicación de sensaciones, de repente se cerró, se esfumó, se murió y quedaron las tiendas cerradas, los bares cerrados, las calles vacías y el corazón de Ibiza dejó de latir… Unos cuantos metros más arriba seguía activa una ciudad diferente, la de los nativos, la de los que siguen ahí y viven parecido a los de tu pueblo, o el mío, pero muy lejos del sueño ibicenco… Una ciudad normal y una ciudad antigua con las luces apagadas, como un teatro desmontado, como una fiesta que dormirá medio año como las marmotas.
