Lo grande de este oficio es que te enteras rápidamente si la gente te hace caso o pasa de ti. Lo fantástico de este oficio es que la respuesta es casi inmediata, casi diaria. Te examinas cada día, cada mes. En la prensa, en la tele y en la radio. Tú le ofreces algo a la gente y su respuesta no se hace esperar. Eso es emocionante si te acostumbras a conocer la gran verdad de este oficio, si interesas o no.
Hace veintinueve años ya estaba en la Cadena Ser. Había empezado a hablar de toros en la “Hora 25” de Manolo Martín Ferrán; José María García echaba un rato de deportes y luego yo hacía diez minutos de toros. Poco a poco fuimos ampliando y logré media hora. Luego los informativos cogieron mucha fuerza y hubo que rehacer la programación. Me ofrecían media hora los lunes. Ni me gustó el día ni treinta minutos me hacían feliz. Hablé con Tomás Martín Blanco y le dije que quería más tiempo. “No lo hay Manolo”, respondió. Dime qué hay a la una de la noche, después de Hora 25. “No hay nada, la gente apaga y se duerme. Mira las audiencias…” ¡Coño sólo había tres mil y pico noctámbulos! Aun así le pedí: “Dame de una a tres y a ver si soy capaz de despertarlos”. Fue como subir un ocho mil.
