La mayor hazaña para cualquier ser humano es cumplir con su obligación. Esa normalidad sin estridencias, acorde con la ética de la profesión, oficio o arte, que a primera vista parece tan sencilla pero que es una tarea de titanes. Porque significa un no concederse a sí mismo ni una flaqueza ni una salida de tono y mucho menos una claudicación. Es una normalidad llena de grandeza de la que carecen los toreros que, pudiendo elegir, evitan lidiar los hierros llamados duros como si se tratara del cólera morbo asiático. En sus tarjetas de visita pone debajo de su nombre de guerra: Matador de Toros. Y no de toros de determinadas ganaderías.
