Los grandes divos y divas de la ópera tienen programadas sus actuaciones en muchos casos con diez años de antelación, periodos en los que resulta difícil intercalar algún nuevo contrato. Y no tienen necesidad de adelantar sus compromisos públicamente, porque es práctica aceptada que forma parte de la tradición del “bell canto” y los que tienen que saberlo ya lo saben. Las nuevas figuras van emergiendo poco a poco, desde los puestos secundarios de las obras representadas en todos los liceos del mundo. Son como si dijéramos los novilleros de la ópera, que están destinados a ir sustituyendo a los nombres señeros de los que van desapareciendo de los puestos principales de las carteleras, por razones de edad, pérdida de facultades o deceso natural o accidental.
