La tarde de hoy en Las Ventas de Madrid ha sido una auténtica sinfonía heroica. Volvía Miguel Abellán y si algunos, los reventadores de siempre, estaban esperándolo -que seguro que sí-, para echarle en cara su reciente aventura televisiva, se han quedado con las ganas...
La tarde de hoy en Las Ventas de Madrid ha sido una auténtica sinfonía heroica. Volvía Miguel Abellán y si algunos, los reventadores de siempre, estaban esperándolo -que seguro que sí-, para echarle en cara su reciente aventura televisiva, se han quedado con las ganas. Desde que recibió a su primero a portagayola, y ya en pie le sopló cuatros verónicas y dos largas más de rodillas, se vio con claridad que el madrileño venía a por todas. Firme, quieto y olvidándose del cuerpo para mover solo las telas, Abellán llegaba a Madrid pidiendo paso. ¿Qué digo pidiendo? ¡Exigiéndolo! Pero con las credenciales que los valientes esgrimen en tales ocasiones: El valor, la entrega y la torería. Miguel ha demostrado que cuanto un torero lo es de verdad, puede permitirse lujos que no están al alcance de todo el mundo, hasta el de bailar con lobos.
Que de lobos esteparios han tenido mucho los de El Montecillo de Paco Medina, sobre todo el tercero, un auténtico “pregonao” con el que se fajó el “manito” Adame con todas las consecuencias. Como hizo en el último de la tarde al que le plantó cara con los ojos del toro en los del torero y los dos petacos apuntándole al pecho durante toda la lidia. Un tío el de Aguascalientes sin duda alguna.
Lo del lorquino Paco Ureña ha sido también auténtico heroísmo. Con una cornada en el muslo de más de25 centímetrosque le contundía el nervio ciático, aguantó hasta el final, administrándole naturales a un bicho que no merecía ni que le espantaran las moscas. Pasó a la enfermería tambaleándose y arrastrando los pies. El momento en que Abellán y Ureña se cruzaron, uno entrando y otro saliendo de la jurisdicción del doctor Padrós, fue un monumento a la grandeza del toreo. Apenas cambiaron una mirada, allí no había lugar para la sonrisa ni el protocolo.
Eran dos héroes que aceptaban el sacrificio porque los toreros, al fin y al cabo, son hombres distintos. Y cuando se dan las circunstancias de esta tarde, el toreo es cosa de héroes. Abellán salió de la enfermería, una vez atendido de una cornada en la axila izquierda y del palizón de le propinó el primero de la tarde, a cortarle la oreja al quinto, y se la cortó. Poniéndole el corazón en la garganta a los espectadores, pero se la cortó. La vuelta al ruedo del torero de blanco y plata fue una de las más apoteósicas que uno recuerda. Una tarde, en fin, de esas que le reconcilian a uno con la Fiesta Brava. Que es brava incluso cuando los toros no lo son, y en el ruedo hay hombres valientes como los de esta tarde.
