La revolera

Sinfonía inacabada

Paco Mora
sábado 12 de julio de 2014

La tarde ha carecido de la emotividad de la de ayer. Lo de Garcigrande ha debutado en San Fermín en el tono que ha hecho a esa ganadería una de las preferidas de las figuras. Con cierta nobleza pero sin ese toque de interés...

La tarde ha carecido de la emotividad de la de ayer. Lo de Garcigrande ha debutado en San Fermín en el tono que ha hecho a esa ganadería una de las preferidas de las figuras. Con cierta nobleza pero sin ese toque de interés en las embestidas que pone la casta, la corrida no ha sido mala pero no ha añadido emoción a la disposición de El Juli y Talavante. El Juli ha abierto la puerta grande porque es un torero capaz de darle naturales a un burro atado a una reja, pues les ve a los toros todas y cada una de sus posibilidades apenas salen por la puerta de toriles. Donde falta fiereza él pone espíritu de lucha, sabiduría y entrega, condiciones que burla burlando lo han erigido en una de las máximas figuras del toreo actual. El concierto taurómaco de El Juli puede que no tenga la excelsa sonoridad de un Mozart pero llega con nitidez a los tendidos.

Talavante maneja el capote con mayor solvencia y con la muleta ha afianzado su buena colocación y corre la mano a la perfección. Con la espada, lo mismo se lanza sobre el morrillo con lentitud, decisión y seguridad que se pone en plan pinchaúvas. El toreo del extremeño ha ganado en serenidad, apostura y temple todo lo que ha perdido en cuanto a la garra que lo caracterizó en sus primeros años. Pero ahí está y le ha faltado un pelo para irse de la plaza en hombros.

Finito de Córdoba ni lo ha intentado con su primero; un mastodonte a contra estilo en el que no ha visto la mínima posibilidad de hacer su toreo armónico de supremas calidades. Y entre el chundarata y la abstención ha optado por lo más cómodo. Ha oído música de viento. En su segundo, que ha recibido una sobredosis de las plazas montadas que le ha dejado aplomado y con muy poca vivacidad, ha ofrecido pinceladas de su reconocido arte, salpicando la arena con un puñado de carteles de toros. De haber doblado el animal con la estocada que le ha recetado, la reconciliación con el público pamplonica habría sido total, pero el descabello se ha encargado de aguar la fiesta. No obstante, en ese toro se ha escuchado su sinfonía inacabada con mucha atención.

Sigo preguntando: ¿Quién ha dicho que el público de Pamplona no hace caso de lo que ocurre en el ruedo? ¡Vaya si hace caso! Que se lo pregunten a Juan Serrano, que ha administrado los mejores muletazos de la tarde y bien que se los han jaleado. Malgré tout…

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