Se hace extraño un julio sin toros en Valencia. Más aún, duele. Ni la urgencia de las mejoras de la plaza, fruto de la desatención de años anteriores (inaplazables según los técnicos si no se quiere poner en riesgo las próximas Fallas), compensa el vacío emocional. No debe extrañar después de siglo y medio de puntual presencia de las mejores ganaderías y los mejores toreros del momento. Este año ni toros ni figuras ni meriendas. Y todavía escuece más con el subidón de la feria de Santander, competencia nunca valorada desde Valencia, que nos ha pasado por la derecha y se nos ha subido a las barbas. Tiene explicación, se trata de un abono dopado, dicho en el mejor de los sentidos y la mayor de las envidias, por la autoridad local y amparado por la hostelería que comprueba en arcas propias los sustanciosos efectos económicos de una atractiva feria taurina.
Cuando llegan los percances, la cornada de este julio en blanco lo es de pronóstico reservado (a expensas de la recuperación), los toreros suelen recurrir a aquella manida frase de será para bien, pues en este caso será para bien si como se ha dicho desde la Diputación, palabra de presidente, no se deja caer la feria, se repiensa, se replantea y se buscan fórmulas de supervivencia “que le permitan encontrar su lugar en estos nuevos tiempos sin perder la dignidad ni la historia”. Mientras, nadie ni nada evita estos días que los aficionados se carguen de nostalgia y se pregunten qué hacer por la tarde.
La pena de un julio sin toros en Valencia: las razones técnicas no compensan el vacío emocional
Mientras, la temporada avanza bajo la enseña del general Morante de tal manera que a estas alturas la leyenda hace crujir las costuras de la imaginación popular y ya nadie le ve el límite, ya nada o casi nada parece exageración, en realidad exageración es el propio Morante. Lo que no hace se le adjudica y lo que hace se magnifica, al punto que los clamores y la curiosidad por el fenómeno hace tiempo que desbordaron los ámbitos estrictamente taurinos (gran noticia) y las broncas, que las hay, son intensas pero breves como si fuesen parte de la liturgia, usted, maestro, me va a perdonar, pero tengo que abroncarle, en realidad nada que no resuelva todo seguido con dos verónicas, un chispazo, un pellizco y/o una ocurrencia de las que solo surgen del magín Morante, principalmente porque además de inspiración y gracia hace falta valor para ponerlos en escena, ese valor que nadie le suponía y tiene como el que más.
Lo suyo es justo la trayectoria lógica de un torero puesta del revés. Cuando debía haber sido tiempo de ataque, Morante se mostraba conservador, cuando la edad hacía suponerle conservador se muestra de un ambicioso propio de un veinteañero con hambre de gloria. Dicho de otra forma, en ejemplo del propio torero, cuando debió ser Gallito fue Belmonte y treinta años después que debió ser un Belmonte reaparecido se está entreteniendo en ser Gallito reivindicativo, un torero constante, capaz, al que le entran muchos toros en la cabeza y, lo que es más increíble, en el corazón. El otro día se fue a Nazaré, Portugal, y cuajó el natural más interminable, hondo y templado que se recuerda, el compendio de todas las virtudes del toreo concentradas en un círculo mágico. Y temíamos haberle perdido en los vericuetos de una enfermedad. ¡Que lo estudien los psicólogos para mayor gloria del toreo!