El hecho de que la máxima figura del momento, Andrés Roca Rey, hablamos en términos de méritos artísticos y de atracción para el gran público, haya decidido cortar la temporada, viene a recordarnos que en la historia del toreo, cuando un espada ha dominado al toro y a los empresarios, los públicos, sin saber muy bien el por qué de su actitud, o quizá sí, porque consideran que todavía puede dar mucho más, suben el nivel de exigencia hasta límites que no siempre pueden ser soportados.
En la última de San Miguel, Roca Rey, cuando se retiró al callejón de la Maestranza después de haberse jugado la vida ante el garabito que hacía quinto de la tarde, debió percibir esa ingratitud. La retirada temporal suele ser la primera medicina que se aplican. La historia está llena de ilustres ejemplos: Ordóñez, Litri, Pedrés, Luis Miguel, Manolo González, el mismo Benítez… Luego reaparecían, pero ya con el poso que daba el oficio y la edad. Andrés, es cierto, que esa exigencia lo ha llevado a entregarse hasta el punto de haber recibido severo castigo y debe recuperarse, y aunque creo que todavía tiene cuerda para seguir en la cresta de la ola, por su concepto, personalidad y entrega me atrevo a pronosticar que de seguir subiendo el diapasón de la exigencia su final no puede estar lejos.
Porque hay que convenir, que en las últimas décadas, la última del siglo pasado y las dos y pico que llevamos de este nuevo siglo XXI, quizá porque no haya habido un torero que haya irrumpido con tanta fuerza como lo ha hecho el peruano -José Tomás, debido a su filosofía, es un caso que no admite comparación, y lo de Morante, una bendición que se ha cocido a fuego lento-, los carteles de las ferias han adolecido de un exceso de endogamia. La generosidad de Roca ha permitido que se mueva el árbol de las novedades. De entrada ahí tenemos muy bien colocados a los Daniel Luque, David de Miranda, Tomás Rufo, Borja Jiménez… y los más nuevos Samuel Navalón, Víctor Hernández, Aarón Palacio, Javier Zulueta, y todas las novedades que están pidiendo atención.