Está muy bien que se mueva el mundo del toro, aunque todos conocen perfectamente la fórmula magistral para revitalizar el toreo y hacer que vuelva a ser la más popular de las fiestas españolas.
Siempre es interesante, y conveniente, que la gente del toro (ganaderos, toreros, empresarios, prensa especializada y aficionados) se reúna para hablar del estado general de la Fiesta. Quizás en el cónclave de Sevilla se haya echado de menos una representación de organismos gubernamentales como el Ministerio del Interior, donde duermen el sueño de los justos los archivos del toreo y en el que se nombran a los jueces de plaza, la mayoría policías en segunda actividad o retirados. Y por supuesto también de Hacienda, que interpreta en el espectáculo taurino el papel de la madrastra de Blancanieves, así como de las propiedades de los inmuebles, que tanto están colaborando con su avaricia recaudatoria a la ruinosa situación que atraviesa el toreo como negocio.
De todos modos, está muy bien que se mueva el mundo del toro, aunque todos los allí presentes conocen perfectamente la fórmula magistral para revitalizar el toreo y hacer que vuelva a ser la más popular de las fiestas españolas. Los ganaderos, no rindiéndose a las conveniencias de nadie y criando el toro bravo, enrazado, fuerte, resistente y con el trapío propio de su encaste desde la punta de los pitones a la penca del rabo. Los toreros, ajustándose a la realidad y exigiendo la parte proporcional justa de lo que generan en taquilla. Y cada uno sabe muy bien cuáles son sus poderes en ese sentido. Los empresarios, haciéndose cargo de que no vivimos tiempos proclives a la lírica económica y dejando de llamarle perder a ganar menos, como cada hijo de vecino en los tiempos que corren.
Y luego, entre todos, tratar de llevar a la conciencia de los organismos e instituciones con implicación en el toreo como espectáculo, que no pueden apretarle tanto las tuercas a algo que forma parte importante de nuestro acervo artístico y cultural, y que además produce cuantiosos beneficios a nuestra depauperada economía nacional. Y todo lo dicho aquí a la pata la llana, es lo que urge hacer cuanto antes si no queremos que la Fiesta Brava termine en un atractivo folklórico más para el turismo. Y el toreo es otra cosa. O a mí me lo parece.
