Madrid ya está aquí. 31 días. Tiene cojones. El sueño, o la quimera, de aquel don Livinio, que se llevó Jardón pero que lo que quería Bernabéu (porque era buen gestor y sabía poco tanto de fútbol como de toros) está ya más que cumplido. ¿Por qué tiene tanta fuerza Madrid? Por la seriedad, porque sale el toro y porque las entradas son, tal y como está el mercado, razonables en su precio. Y porque hay afición. Al toro y al torero capaz. Es verdad que Madrid ha perdido aquellos veranos en que también abarrotaba la plaza. Ahora ven los cuatro fieles y los cuatro mil turistas o transeúntes de la capital. Pero la feria, la marca San Isidro, es como el mundial de fútbol. Así son de atractivas las grandes competiciones. Y si en la Fiesta hubiera marcador, se vendería mejor. Pero aquí los goles a veces no tienen nada que ver con el buen juego. Y en el fútbol se conforman con ganar en el último minuto y de penalti injusto. Con eso les basta. En los toros nos quedamos con una faena bella, torera, inspirada, artística o una faena poderosa, técnica, emotiva. Eso vale más que un gol. Perdón. Que una oreja. Claro que si se junta todo abrimos la puerta grande. Cosa que nunca pasa en el fútbol y ahí les ganamos.
¿Os imagináis a Ronaldo o a Messi o a Torres saliendo a hombros del Bernabéu, del Nou Camp o del Metropolitano? Son dos mundos diferentes. Ellos son más listos, nosotros tenemos otros valores. Pero San Isidro es pura vitamina para la Fiesta. Y este año están casi todos. Por arriba y por abajo. Me gustaría que estuviera Juan Mora, que hubiera entrado en el ciclo Frascuelo, Garrido si le hubieran dado la alternativa antes que era lo lógico y algo más. Pero San Isidro es sobre todo el mundial taurino y un montón de toreros soñando con la puerta grande.
