Los que disfrutan viendo salir por la puerta de chiqueros el mastodonte son clamorosa minoría y el público que pasa por taquilla para ver torear, sale demasiadas tardes disgustado y a veces hasta irritado.
La filosofía que revela el titular sigue imperando en Madrid. Y los de El Ventorillo anduvieron como pegados a la arena con superglu, pese a su cumplida romana. Sólo uno, el tercero, se movió lo suficiente para que un buen torero, en un momento dulce como Talavante, presentara su muestrario de toreo encajado de riñones, buen juego de muñecas y notable naturalidad, especialmente espléndido con la izquierda. Como además acertó con la tizona cortó la única oreja de la plúmbea tarde venteña. El aburrimiento de público y toreros fue el denominador común del sexto espectáculo de la Feria de San Isidro de 2015.
Un día u otro, toreros, ciertos ganaderos, determinado sector de público y las empresas que se empeñan en darle gusto, se convencerán de que lo que hace del toro bravo un animal respetable y capaz de dar espectáculo es el toro armónico y bien presentado sin estridencias, pero con la fuerza y fiereza suficientes para aguantar un par de entradas al caballo y quince o veinte muletazos en los terrenos y distancias que cada toro requiere. Porque no hay dos toros iguales y por tanto a cada uno hay que aplicarle su lidia. No se trata de dar muletazos y más muletazos hasta aburrir al animal y al público, sino de sacarle a cada toro lo que tiene en beneficio de la calidad del espectáculo. Los de El Ventorrillo, bien presentados pero con poca casta y menos fuerza, no han servido para hacerles el toreo que hoy gusta a la mayoría de espectadores. No me cansaré de repetir que trapío y romana no son necesariamente sinónimos.
Así es que salvo la faena de Talavante y un brillante tercio de banderillas de Padilla, la corrida de hoy ha sido para olvidar. Y no por culpa de los coletas, que se han esforzado al máximo machacando en hierro frío. El público está respondiendo en la taquilla. Todos nos felicitamos por ello, porque es síntoma de vitalidad de la Fiesta. Pero cuidado, que los que disfrutan viendo salir por la puerta de chiqueros el mastodonte son clamorosa minoría y el público que pasa por taquilla para ver torear, sale demasiadas tardes disgustado y a veces hasta irritado. Y eso es peligroso para la supervivencia del espectáculo taurino.
