Ha sido la semana negra de la feria o cárdena o colorada, pónganle el pelo que quieran, qué más da, el septenario en el que saltaron por los aires todas las ilusiones de una feria, más de un mes de toros, que marchaba triunfal. Ahora habrá que recuperarse porque cosas buenas hubo y muchas, tanto si miramos del lado de los toreros como si miramos del lado de los toros aunque ya se sabe que no se puede valorar la una sin la otra, que ambas se necesitan. El caso es que hubo muchas tardes, se decía/decíamos que más que nunca, en las que se desacreditó el refrán y hubo toros y toreros sin necesidad siquiera de que los unos fueran artistas excelsos o figuras de relumbrón o que los otros embistiesen de dulce que alguno sí embistió y otros queriéndose comer el mundo de puro bravo e incluso los hubo que resumían a los anteriores y otros que a base de generar problemas enaltecían a sus lidiadores.
Eso era así hasta que llegó la semana del toro, que nadie se levante en armas que no voy a pedir que se suprima, que buena falta hacen argumentos como el del toro que despierten ilusiones, todos somos pocos como suelo repetir, sólo quería constatar una evidencia, que cuando más esperanzados estábamos con cerrar la feria en lo más alto, cuando llegábamos a puerto, treinta y un días de travesía, montados en la ola más buscada, la de la bravura y también la más deseada por escasa, llegó la dichosa semana y se derrumbó el estado del bienestar en Las Ventas. No hay dicha que cien años dure. Esperemos que las desdichas que nos acechan sufran igualmente de esos interruptus.
Lea AQUÍ el artículo completo en su Revista APLAUSOS Nº 1967
