No peleamos contra molinos de viento, no se trata de nada imaginario ni tampoco de un fenómeno natural, está provocado, calculado, pagado, muy bien pagado diría, y viene del exterior cual cangrejos americanos o meloncillos que devoran nuestra fauna, en este caso nuestra cultura autóctona. Se suponía que sucedía así, de tan pecuniaria forma quiero decir, pero faltaba la evidencia de las cifras y los nombres de los mecenas que compañeros como Diego de la Cruz y Ángel Berlanga han puesto sobre las mesas de las redacciones. Por cierto, a eso le llamo buen periodismo. Excelente y muy esclarecedor el informe sobre los financieros del antitaurinismo que publicó Ángel en Aplausos y tanta sorpresa ha causado. Aún sospechándolo sorprende, así de gorda es la cuestión. Una evidencia de esa magnitud exige, no nos cansaremos de reivindicarlo, una respuesta contundente y organizada a través de un organismo potente, no valen las escaramuzas. Hay conciencia de ello o eso se desprende de las declaraciones que surgen de aquí y de acullá. Todos coinciden en el análisis y echan en falta una herramienta de defensa de la Tauromaquia que nunca se llega a ensamblar. Todos los inviernos, diría que todos los meses, aparecen y se desvanecen casi a la vez solemnes e ingeniosas declaraciones de intenciones, filtraciones de reuniones secretas y planes de gran trascendencia sin que se llegue a arrancar. A la vez nos están ganando la mano no sólo en el adelgazamiento de las taquillas que es el referéndum más esclarecedor, sino también en la tendencia cultural en la que día a día somos más desconocidos, y eso sí es grave y sobre todo ese sí es un territorio de difícil recuperación.
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