La realidad se presta a muy pocas interpretaciones. Los hechos son muy tozudos y lo cierto es que la próxima temporada se presenta difícil...
La realidad se presta a muy pocas interpretaciones. Los hechos son muy tozudos y lo cierto es que la próxima temporada se presenta difícil. La de 2010 ya estuvo sitiada por los pitones de la crisis económica y bien que lo notaron, ¡vaya si lo notaron!, empresarios, ganaderos, toreros y aficionados. Se presentan tiempos poco apropiados para la lírica. Todos hemos de arrimar el hombro si no queremos que el toreo sea uno de los sectores más dañados por la penuria económica a que ha dado lugar el creciente paro y los recortes que el Gobierno se ve obligado a realizar para que España no se quede descolgada de la realidad de la Europa comunitaria.
Este año, muchos toros destinados a ser lidiados en las plazas de toros ya se han quedado pastando en las ganaderías. Los ganaderos han tenido que ajustar los precios en proporciones tan sensibles, que de seguir bajando harán de la crianza del toro bravo un negocio ruinoso. Ahora les toca a los toreros de élite adecuarse a las circunstancias y renunciar a las cifras que están acostumbrados a manejar para su contratación. También los empresarios deberán constreñirse hasta que escampe a unas ganancias más modestas, si no quieren matar la gallina de los huevos de oro. Para ello no solo deberán renunciar a subir los precios de las entradas, sino que, en muchos casos, tendrán que bajarlos sino quieren ver los tendidos de sus plazas desiertos.
No podemos reconocer que una de las causas principales de esta crisis que asola al país radica en que todos hemos estirado el brazo más que la manga, y que ayuntamientos y diputaciones continúen sacando a subasta las plazas de toros bajo el denominador común de la voracidad recaudatoria. O nos apretamos el cinturón todos o el invento se nos va al carajo. Y no nos valdrá culpar a los antitaurinos. Que esos quedarían reducidos a una simple y minoritaria anécdota, si la próxima temporada todos empujáramos hacia el mismo sitio y, además de racionalizar la economía de la Fiesta, se ofrecieran carteles de lujo, con toros y toreros capaces de elevar las corridas de toros a los niveles de emoción que hacen del taurino un espectáculo único. La realidad, dura, imprecisa y amenazante esta a la vuelta de la esquina. A ver si nos ponemos las pilas, y demostramos que de verdad amamos nuestra Fiesta Nacional.
