El arranque de San Isidro, quién lo iba a decir, cedió bajo la fuerza de un revivido Jerez. Para ajustar el tiro, digamos bajo la fuerza de José Tomás. Así se explica mejor. Tiempo habrá, un mes nada menos, para que la capital de España sea la capital del toreo que todo lo ensombrece. Y no es que no pasasen cosas interesantes en Madrid, Íñigo, y si lo dice Íñigo santa palabra, habla de un excelente toro de Valdefresno y de otro de Montealto, de la buena impresión de Juan Bautista, del impacto de Diego Ventura, la mejor faena de su vida premiada ¡oh sorpresa! con una sola oreja, una muesca más en la lista de despropósitos del presi Julio Martínez que se supera año tras año desde aquel día que ninguneó la faena de Juli a Cantapájaros y se hizo un hueco en la historia de los desatinos mayores. Todo ello sin olvidar las dos orejas de Andy con la consiguiente puerta grande y van nueve a lo largo de sus veinte años de alternativa. Pese a todo eso que no es poco, la mirada del mundo mundial del toreo, de los aficionados y del público en general, de los millonetis y de los tiesos, de los iconos nacionales y de los incógnitos, de monárquicos, republicanos y transversales, de los devotos y de los anti -hay que ver cuánto gritaban esos desalmados en las puertas mismas de la plaza con la autoridad mirando a ninguna parte- digo que las miradas estaban puestas en Jerez donde su feria recuperó esplendores de los que ya no se recordaban. Logro que hay que sumar, a cada cual lo suyo, en el haber del hosco torero de Galapagar, que simpático no será pero a su incuestionable calidad torera añade un magnetismo social que ahora mismo es el mejor ungüento en la carne viva que provoca la pereza intelectual de los anti, como definió Calamaro el argumentario de tanto necio.
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