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A la espera de un golpe de mano en Sevilla mandan los generales

Pasaron las Fallas, ya saben, la primera de primera, y pasaron con nota alta. Ahora toca Sevilla. Otro mundo, otra personalidad, los toros como representación de una cultura, allí, aquí y acullá. A propósito, no lo quieran cambiar. Luego vendrá Madrid con su gigantismo y su exigencia, en ocasiones intransigencia y aquí me atrevo a entrar en paralelismos con las grescas del parlamento llevadas a una plaza de toros, aunque en realidad no son los únicos, ni la idea es mía, ya lo dijo Ortega, el filósofo que no el torero, si quieren saber qué pasa en España asómense a una plaza de toros. Si resumimos, desborde pasional en Fallas, Valencia lanzada es incontenible ni aun atrincherándose en un palco; distinción elitista, amor inquebrantable a lo propio en la abrileña Serva la Bari, aprendamos, hasta el mínimo detalle propio adquiere protección de arte mayor en la Maestranza; monumental la plaza, exagerada en el triunfo y en la bronca las Ventas madrileña, de Madrid al cielo pero también al profundo infierno; las tres juntas, seguidas, son la santísima trinidad de la temporada, el resto, el pentecostés nimeño donde este año se espera a Ponce, las ferias sanjuaneras, los sanfermines, el solemne Bilbao, las citas septembrinas que honran a las vírgenes aparecidas, y más y más, ya se sabe que la temporada taurina es una procesión pagana o no tanto que recorre España y barre (¿coloniza?) el sur de la culta Francia convertida en la única cuña cultural que les hemos impuesto, y claro que todas son importantes, no se me enfaden, pero no son lo mismo. Valencia, Sevilla y Madrid son los primeros grandes desvelos del toreo, las primeras citas que quitan el sueño a los lidiadores, a los ganaderos y al público ansioso de toros tras la abstinencia invernal.

En la Maestranza hasta el mínimo detalle propio adquiere protección de arte mayor

En Valencia estas Fallas, las grandes figuras llamadas a protagonizar la temporada han comenzado a tomar posiciones, primero en los despachos, esa es la parte menos bonita, entiéndase como menos romántica por mucho que tenga su intríngulis y su morbo informativo. Un inciso para recordar que en el toreo, por mucho que se anatemice la cuestión y se reivindique desde los cenáculos, no manda el cabo, mandan los generales y normalmente por méritos de guerra, a la espera de algún golpe de mano que todo lo resitúe y los cabos lleguen al generalato que todo es posible y hasta deseable, y entonces con los nuevos generales al frente comenzarán los suspiros por el ascenso de los nuevos cabos que a buen seguro surgirán. Esa es la ley de siempre, ley de vida, el quid está en la velocidad del relevo que no siempre es la deseable, ni siquiera la mejor ni la más justa.

De Valencia a Sevilla

En Valencia, ya camino de Sevilla, tomaron posiciones en la cabecera Roca Rey y Paco Ureña, principalmente. El primero lo hizo en los despachos, dos actuaciones dos llenos totales, a eso no hay empresario que se resista y también en el ruedo. Ureña se lo ganó en la arena con la esperanza de que está vez el triunfo sí cotice entre las empresas donde por cuestiones diversas hasta ahora no había acabado de calar. El propio torero lo asumía públicamente en este mismo periódico y no era fatalismo, si acaso realismo: para algunos la gloria tiene un precio más alto que para otros y a partir de ahí todo es cuestión de insistir, Ureña lo ha hecho, para que las urnas de la taquilla te señalen, ese, y entonces se acabó la injusticia.

No fueron los únicos, los capotes de Morante y Ortega salieron de Valencia cotizando caro/carísimo en las más altas instancias del toreo, digan en los cielos, en este caso es lo justo. Por un lance un sueño, se podría decir, también una eternidad si lo relativizamos a su dormida templanza, por un lance de los suyos un abrazo, un quejido, un pellizco en el alma y luego lo que venga y como soñar es gratis además de necesario, los aficionados se acordarán estos días de la faena de Morante en la misma Maestranza la feria anterior, como el máximo acercamiento a la perfección, o de la faena de Ortega en Linares. Aunque ni aquel toro sale todos los días ni Linares es Sevilla, pero como soñar es libre… toca esperar a Ortega al pie del altar maestrante.

Esperando a Borja

En Valencia tomó posiciones en el grupo de las ilusiones Borja Jiménez, uno de los cabos con aspiraciones al generalato, en el toreo saltos así son tan difíciles como posibles, solo es cuestión de suerte y agallas, y él las tiene. Llegando a Sevilla nadie puede obviar a Manzanares, el no sevillano más querido, no en balde lo bautizaron en la misma Maestranza por deseo de su señor padre, un alicantino que borró la barrera de Despeñaperros y reinó en la Maestranza con visado de torero propio, amor reeditado y correspondido con tardes como la del indulto de Arrojado. Talavante, el del natural eterno, partió de Valencia con buenas sensaciones; el sevillanismo de Aguado, que en Valencia apenas hizo más que apuntar, no se puede olvidar y menos en su territorio.

Roca Rey y Morante aseguran llenos totales en el abono abrileño

Y se apresuran a hacerse fuertes Daniel Luque ya con galones de general al que los despachos y seguramente algo más no dejaron guerrear en Valencia; Tomás Rufo, de reciente rebelión en aquella misma plaza; Castella, el gallo de las Galias con asiento en Sevilla; no olviden a Escribano, experto en peleas de cuerpo a cuerpo; y por descontado se está a la espera de los tapados y de los golpes de suerte de la misma manera que nadie está blindado contra el infortunio, en realidad nadie sabe lo que va a pasar, si se supiese la corrida perdería encanto.

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José Luis Benlloch

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