Costaría saber dónde arrancó la pasión por el toreo de Justo el de Garcigrande, más que pasión locura o si nació con ella, aunque él tiene una referencia literaria para situarla, el libro de Domingo Ortega. Desde que dobló la última página buscó y buscó y teorizó y observó y se empeñó y curró para desentrañar los secretos del toro para hacer posible el buen toreo, no exactamente el que se ve sino un toreo más íntimo, el que transporta a los toreros, el que les hace avanzar y sentirse felices, a los toreros y digo yo que también a los ganaderos y a los aficionados, que no hay un deleite sin el otro.
Y dicho lo dicho pongan ustedes la jerarquía que consideren: al torero, a la afición, al ganadero o al ganadero, la afición, el torero… la realidad final es un toro propio, el toro de Justo, ese que cuando deja atrás el tercio de varas, cuando pierde fuerzas, se ordena y comienza a embestir como pocos.
- “Cuando un toro de Domingo Hernández se entrega es una entrega total, muy en lo que era lo de Amelia. En eso es superior a lo de Juan Pedro”
- “A lo de Garcigrande le he subido el volumen. Lo he hecho para disminuirle la velocidad de la embestida. A mí me ha gustado el toro grande por ese motivo”
- “La de Domingo Ortega era una buena ganadería hecha al gusto de su propietario, un figurón del toreo con una técnica descomunal basada en el movimiento. Se venían de lejos, con galope, a media altura, con mucha cadencia…”
- “El toro no es bravo ni es manso. Se comporta con bravura o con mansedumbre. Es bravo mientras quiere y puede y comienza a ser manso cuando no cree en él y cuando no puede”
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