Hubo y hay matadores que se dieron el gusto de subirse a un caballo para picar el mismo toro que iban a matar después a espada. Luis Miguel Dominguín y Jesulín de Ubrique. Recientemente, Antonio Ferrera. No cabe hablar del “toreo total” porque tal cosa no existe. En las corridas de único espada procede el gesto. No está de más. Es una prueba de pericia, talento, afición y habilidad. Las fotos de Luis Miguel ilustran bien sobre su capacidad. Y su desenfado.
Caballos de menor volumen, petos protectores bastante más reducidos y, por lo general, un toro de mayor violencia al dolerse. Hay un dato singular: lo raro en los años 50 y 60 era que los seis toros de una corrida se quedaran en el peto empujando, recargando y peleando. Y lo común era lo contrario: que no hubiera corrida sin que se escupiera rebotado y blandeándose al menos un toro o dos.
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