A las novilladas se acude con la intención de hallar una mota de ilusión con la que seguir motivando la afición. En Valencia la encontramos. Desde dos frentes, dos novilleros distintos y un denominador común: la ambición de ser toreros, que es como mínimo la credencial a presentar cuando se debuta en una plaza de esta categoría.
Lo de Aarón Palacio ya empieza a ser una realidad: Zaragoza tiene torero. Un huracán templado, porque con ese hambre, comer tan despacio es un milagro. O una virtud, porque a tan desenfrenada ambición, que el corazón bombee templado para soltar las muñecas a ritmo de ingravidez, es propio de los elegidos. Llegó más que a punto a Valencia y los resultados de un invierno de seria preparación salieron a flote, por eso el agua no le sobrepasó los tobillos, y eso que el galifate y áspero cuarto era de los que te ponen a prueba. ¡Que vayan preparando su doctorado en El Pilar!
Juan Alberto Torrijos, de casta le viene, ilusionó a sus paisanos. Más nuevo, menos placeado, con mucho que mejorar… todo lo que quieran. Pero más ambición, ilusión y motivación no se puede tener, y si eso es lo que pedimos y exigimos a los novilleros, debió abandonar la plaza en volandas. Por mucho que se empeñen ¡otra vez! desde el palco a ponerse serios.
Les robarán las orejas, pero no la esperanza. Y eso que la novillada de Talavante no fue ni la más guapa ni la más buena. Pero como siempre hay motivos para ilusionarse... aunque solo fuesen dos. Solo dos motivos.
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Aarón Palacio y Torrijos, con la hierba en la boca
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