Foto: Roland CostedoatNo se repite con la frecuencia que uno desearía el hecho de que alcancen el doctorado novilleros con ambiente. No ese ambiente endogámico que se fragua entre profesionales y amigos, sino el que emerge entre aficionados capaces de hacer kilómetros para verles. Y esta temporada han coincidido hasta dos chavales de estilos muy diferentes -las parejas con distinto sello siempre beneficiaron al toreo-, Javier Zulueta y Aarón Palacio. Ambos están llamados a cumplir el pliego de condiciones exigibles para ser gente importante en el toreo: personalidad, capacidades artísticas, entrega, expresión… Ambos, desde que aparecieron en el firmamento cada vez más limitado de las novilladas con picadores, y en buena parte gracias al esfuerzo que hacen las televisiones autonómicas, comenzaron a fraguar su leyenda de toreros con algo que les distingue.
El sevillano es torero de escuela, la de su tierra. No es fácil llegar a interesar como lo está haciendo el hijo y nieto de los alguacilillos de la Maestranza. Demasiados espejos para mirarse y los mismos para aguantar las comparaciones. Además de cumplir el primer mandamiento del toreo como es el parecerlo, está ofreciendo dimensión de coletudo con talento y clase. Será en San Miguel donde reciba la borla de doctor en tauromaquia de manos de Morante y, por si faltaba interés a la tarde, con Roca Rey de testigo, lidiando toros de Núñez del Cuvillo.
Por su parte, el aragonés Aarón, de carrera especialmente explosiva, torero de no guardarse nada a la hora de arrimarse, tiene el premio del ascenso a la vuelta de la esquina y llega a la alternativa con un bagaje que invita a pensar que debe ser hombre básico ya desde las primeras ferias de la próxima temporada. Será el día 20, en plena feria de la vendimia de Nimes, cuando Manzanares le ceda los tratos de matador, y para que no se hable de comodidades, con Roca Rey como testigo. El lote a lidiar será de Jandilla. Para llegar a ser relevantes, ellos y la suerte tienen la última palabra.
