EN EL XXV ANIVERSARIO DEL ADIÓS DEL GRAN ORDÓÑEZ

Alfonso Ordóñez: “Antonio tenía prestancia, arte, valor… y treinta y tres cornadas en veinte años toreando. Para aguantar eso hay que tener un valor impresionante”

José Luis Benlloch
lunes 18 de diciembre de 2023
José Luis Benlloch entrevista a Alfonso Ordóñez en el vigésimo quinto aniversario de la muerte de Antonio Ordóñez: “Ser un Ordóñez supone una responsabilidad muy grande. Es difícil, pero hay que mirar para adelante siempre”, apunta en una profunda entrevista en exclusiva

La gorra ladeada, de lana inglesa, quede claro, el pañuelo anudado con estudiado desaliño, la voz pausada y firme, los recuerdos frescos, el orgullo de ser quien es aliñado con la lógica admiración a la estirpe, al Niño de la Palma, al gran Antonio, veinticinco años ya de su prematuro adiós; también cierta preocupación, ésta mezclada con un fondo de ilusión por el nieto que le ha dicho que quiere ser torero aunque no cree que la cosa llegue a ramos de bendecir, es Alfonso Ordóñez, el menor de la saga de los Ordóñez de Ronda, toda una humanidad personal y física, “llegué a pesar ciento tres kilos”, a la que aliviaba unas muñecas de prodigio para mandarle a los toros…

Hemos quedado en el Colón sevillano, hospedaje de lujo de lo más torero, capilla de miedos y lonja de triunfos en cuya rotonda central se ajustaron tantas y tantas ferias. Ahora, en su última remodelación, acoge en sus vitrinas un capote de paseo que envolvió los miedos de todos los Ordóñez y poco más allá, en una de las vitrinas, las célebres chuflillas de Alberti dedicadas al gran Niño de la Palma: ¡Qué revuelo! / Ángeles con cascabeles / arman la marimorena / plumas nevando en la arena / rubí de los redondeles…

La charla se inicia con una referencia obligada al progenitor, el legendario Cayetano Ordóñez “Niño de la Palma”, nacido en Ronda -¡qué mejor sitio!- donde su padre tenía un pequeño comercio llamado “Zapatería de la Palma”, que inspiraría su alias artístico. El mismo que protagonizó la célebre crónica de Corrochano tras una gran tarde en Sevilla, “Es de Ronda y se llama Cayetano”, diestro de mucha novela, larga trayectoria y mayor trascendencia que tuvo la consideración de torero valiente, variado y largo, en realidad un artistazo.

“Ser un Ordóñez supone una responsabilidad muy grande”, apunta rápido Alfonso. “Es difícil, pero hay que mirar para adelante siempre”.

-¿Pesaba mucho?
-Y tanto como pesaba. Por eso me quité tan pronto como novillero. Y mi hermano Juan que luego fue un excelente capotero, igual, se retiró una tarde en Zafra después de haber cortado cuatro orejas y un rabo. Yo me retiré en Utrera una tarde en la que toreé una novillada de Saltillo. Mi hermano me dijo que había estado muy bien y le respondí: “Sí, he estado muy bien, pero el público qué, qué ha dicho, nada, entonces es que yo no digo nada”. Y me quité.

-Pero siempre escuché que toreabas muy bien.
-Sí, pero no tenía la ambición que hay que tener para ser una figura como sí tenía Antonio.

-Eso quería preguntarte, qué tenía Antonio.
-Antonio lo tenía todo, la prestancia, el arte, el valor, date cuenta de que tenía treinta y tres cornadas en veinte años que estuvo toreando, que no estuvo más. Para aguantar eso hay que tener un valor impresionante y él lo tenía.

“¿Sabes quién ha sido el que más me ha gustado en banderillas?… Paco Honrubia. Qué arte tenía, qué sabor… en el toreo hay que tener sabor y él lo tenía”

-Tú toreaste en su cuadrilla.
-Sí, pero mira, no fue una cosa fácil o de familia, cogieron a Antonio Vázquez que iba en su cuadrilla y fui a pedirle la sustitución y me dijo que no. Tú vendrás conmigo, pero cuando demuestres que vienes conmigo porque vales para venir no porque eres mi hermano. Así era él.

-¿Cuánto tiempo tardaste en demostrárselo?
-Dos temporadas, tiempo en el que estuve con José Fuentes. Un gran torero, en cuanto lo vi me enamoré de su toreo.

El maestro me apunta que en su carrera toreó con 114 matadores de toros y 41 novilleros, que cuando se hizo banderillero comenzó a tener la ambición que no había tenido hasta entonces, quizá porque era más mayor, aunque en realidad solo tenía veintiún años. Antes de colocarse con Fuentes, me cuenta, le había llamado El Pireo a través de Manolo Cano, el apoderado y tío del diestro, pero le dijo que no porque con Fuentes de novillero le pagaban lo que en una corrida de toros y Cano no aceptó esas condiciones.

LA LECCIÓN DE PEPOTE

-¿Cuáles fueron las cualidades más destacadas de Alfonso Ordóñez?
-Siempre pensé, porque así me lo enseñaron mis mayores, que el mejor capotazo es el que no se da. Yo he llegado aquí en Sevilla a llevar un toro de un burladero a otro sin pegarle un capotazo. Andándole y hablándole, parece algo inverosímil, pero es verdad. Un cronista de entonces lo destacó mucho.

-Para eso hay que tener muchas piernas.
-Sí, lo llevé andando y hablándole. El toro era de Carlos Núñez, era bravo pero estaba acostumbrado a escuchar a las gentes del campo y hablándole, hablándole, al paso, lo llevé donde debía llevarlo.

“Supe banderillear por los dos pitones, lo hacía más habitualmente por el derecho porque me pasaba el toro más lejos. Por el izquierdo tenía que arriesgar lo que no tiene que arriesgar un banderillero”

-No dar el capotazo que no se haya que dar y algo más tendría Alfonso Ordóñez.
-Eso que lo digan los que me hayan visto. No me gusta echarme flores.

-Insisto.
-Yo creo que, con el capote fui gente. Luego con las banderillas, verás… cuando empezaba a querer ser torero tuve la suerte, porque eso fue suerte, de decirle a mi padre que quería banderillear porque él banderilleaba muy bien y yo, como es lógico, quería ser como él y me dijo, pues entonces vete a casa de don José Mejías “Bienvenida” y le dices de parte mía que te enseñe a banderillear. Tenía yo catorce años. Fue curioso. Llegué a su casa, le dije lo que mi padre me había dicho que le dijese: “Vengo a que me enseñe usted a banderillear”, y me dijo: “Un momento”, y llamó a toda la familia. Estaban todos, incluido el Papa Negro, menos Ángel Luis que por entonces estaba en América, estaban todos y me pidió que repitiese lo que le había dicho. Yo muy cortado lo repetí: “Que me ha dicho mi padre que me enseñe…”. Habéis oído eso, que un hijo de Cayetano venga a que le enseñe a banderillear es lo más grande que me ha pasado desde que llevo intentando ser torero.

Alfonso Ordóñez, ya de banderillero en la Maestranza de Sevilla. Foto: Arjona

-Tu padre banderilleaba, claro.
-Y muy bien. Tenía hasta unas chuflillas que le dedicó Alberti, ya sabes. Alas en las zapatillas, céfiros en las hombreras, vuela con las banderillas… muy bonito.

-¿Cuál fue la primera lección que te dio el maestro Bienvenida?
-Me dijo: “Tú ponte las banderillas a la altura de los hombros, no más arriba, y después la fuerza que la ponga el toro, tú pon la habilidad que tengas”. Supe banderillear por los dos pitones, lo hacía más habitualmente por el derecho porque me pasaba el toro más lejos. Por el izquierdo tenía que arriesgar lo que no tiene que arriesgar un banderillero. Te voy a contar.

-Adelante.
-En Huelva un toro de Juan Pedro me cortó mucho y en el viaje ya iniciado cambié y me fui por el otro pitón. Montoliu, que iba con Miguelito El Litri, me dijo: “Maestro, eso no lo he visto nunca”, y le dije: “Ni lo has visto ni lo vas a hacer nunca porque tú eres derecho cerrado”. “Yo no banderilleo lo bien que banderilleas tú”, seguí diciéndole, “pero yo soy más práctico”. ¿Sabes quién ha sido el que más me ha gustado en banderillas?

-¿Quién?
-Paco Honrubia. Qué arte tenía, qué sabor… en el toreo hay que tener sabor y él lo tenía.

-Y qué pocas facultades tenía en su última época.
-Eso nos ha pasado a todos. Yo pesaba ciento tres kilos y lo compensaba con habilidad.

“A mí me enseñaron que el mejor capotazo es el que no se da. Yo he llegado a llevar en Sevilla un toro de un burladero a otro sin pegarle un capotazo. Andándole y hablándole, parece algo inverosímil, pero es verdad”

-¡Ciento tres!… ¿No se cuidaba?
-Sí me cuidaba, pero… comía mucho. De novillero fuimos a jugar un partido benéfico de fútbol a Bilbao y al acabar me vio comer Gainza y me dijo: “Alfonsito, has corrido más que nosotros, pero también estás comiendo más que nosotros”. Eso es lo que me pasaba, que me gustaba comer mucho.

LA SOBERBIA DE PAQUIRRI

-¿Eran muy celosos los matadores?
-Digamos que había de todo. A mi hermano Antonio nunca le oí decir, te has dado cuenta cómo he estado, ni nunca estaba satisfecho. Decía que la faena que había soñado nunca la llegó a hacer y fíjate si hizo grandes faenas.

-¿Y con vosotros era celoso?
-No. Era exigente pero no celoso. Él no tenía por qué tener celos de nadie.

-Estos años últimos los toreros de plata se llevan muchas ovaciones, en muchos casos, cierto, merecidas, pero otras… eso hasta puede que a los matadores no les guste.
-A veces se confunden, una cosa es ser banderillero, tarea en la que el toreo es para atrás, y otra cosa es lo que debe hacer al matador que es torear para adelante y bastante más difícil. El toreo ha cambiado mucho. Lo primero que ha cambiado es el toro. Hay toreros a los que veo muy capacitados, alguno de ellos muy renombrado, pero no transmiten nada. Son más estéticos que toreros en sí.

Alfonso Ordóñez, en su época de banderillero. Foto: Arjona

-Eso lo impone el toro.
-Seguro. El toro de ahora es más pastueño.

-¿Mejor, peor?
-Distinto. Tiene menos raza, muchos salen de toriles como picados. No tienen aquel nervio y la prontitud de volverse como se volvían o de quedársete en las zapatillas. Una prueba de la diferencia es que muchos toreros de ahora se ponen encima, pero muy encima del toro, y les cambian la trayectoria en el último momento, eso al toro de antes no se le podía hacer y eso que había toreros muy valientes.

-Finalmente entraste en la cuadrilla de Antonio.
-Me lo pidió él. Entonces iba en la cuadrilla un paisano tuyo, José Ferrer “Sentencias”. Había sido un buen torero, muy eficaz, pero estaba ya mayor y Antonio lo llevaba de cuarto para que no saltase a cortar en su toro el de otra cuadrilla. Le estimaba mucho, tanto que cuando se retiró lo colocó con Camino para que acabase de resolver la jubilación porque entonces esa cuestión era más complicada que ahora, solo estaba lo del Montepío y lo que aportaba era una cantidad ridícula. Tengo que decirte que José se lo sabía todo lo del toreo.

-¿Cómo te acoplaste?
-Bien, pero… las tres primeras temporadas íbamos Galisteo, Juan Antonio Romero y yo, y la verdad, no me encontraba cómodo con ese sistema porque, que me perdonen, pero yo me sentía superior a ellos, hasta que un día en Ronda, Antonio y yo solos, nos emborrachamos y saqué valor para decirle que no quería seguir así. Tuve la sensación de que estaba esperando que se lo dijese y aceptó. A partir de ese momento yo lidiaba un toro todos los días.

“Antonio tenía todo, la prestancia, el arte, el valor, date cuenta que tuvo treinta y tres cornadas en veinte años que estuvo toreando, que no estuvo más, y para aguantar eso hay que tener un valor impresionante…”

-¿Con quién se vio el mejor Alfonso Ordóñez?
-Cuando me salí de Paquirri y me fui con Curro. Tuve más oportunidades de mostrarme porque Paquirri lo hacía todo, yo le vi hasta picar un toro en Benidorm. Lo había hecho Luis Miguel en Vistalegre y él lo quiso hacer también. Paco tenía mucho orgullo, era soberbio y constante. Por eso entre otras virtudes que también tenía, llegó a ser figura.

-También en este caso tu incorporación tuvo historia.
-Cuando Paco estaba arrancando de novillero vino su padre para darme la colocación y por no decirle que no toreaba novilladas le dije que a mí quien me gustaba era Riverita. Se lo comentó a Paco y no debió olvidarlo porque pasados los años, cuando me coloqué con él, la primera tarde, yo tenía que lidiar el segundo toro, pero hizo que cambiase el turno con Pichardo y cuando estábamos en la boca del burladero después de desearnos suerte como se hace, me dijo: “Con que a ti quien te gustaba era Riverita, pues ahora me vas a tener que aguantar todo el año o irte de la cuadrilla”.

-Se acordó.
-Eso, se acordó.

La familia. Juan de la Palma, su hermana Anita, su madre Consuelo, su abuela Coral y su hermano Pepe. Foto: Arjona

-Entre las virtudes importantes de un torero está la fe y la constancia.
-La constancia en los toreros es fundamental. Cuando salieron Montero y Pedrés el que toreaba bien era Montero pero el que aprendió a torear bien fue Pedrés y fue lo que le puso por delante.

La charla se extiende por aquí y por allá, sin límites ni cortapisas ni orden. Lo mismo me relata la devoción de Antonio por su padre que la experiencia de torear con su hermano en Houston, en un estadio de más de cien mil espectadores donde acondicionaron una plaza portátil en la que cabían cuarenta mil. Eran festejos incruentos, recuerda, en los que a los toros le ponían un velcro para prender las banderillas, que él se negó a colocar porque para salir del par tenía que apoyarse en los palos y con ese sistema resbalaban y no era nada seguro: “Así que le cedí la ocasión a un banderillero mejicano, muy amigo y muy echado para adelante, Javier Cerrillo, que estaba más gordo que yo cuando terminé de torear, pero era muy habilidoso y me dijo que no me preocupase que banderilleaba él”.

-Me apuntabas la devoción de Antonio por vuestro padre.
-Total. Un ejemplo. Mi padre daba una revolera muy fina y cuando se inauguraron las esculturas de la plaza de Ronda, el escultor se la reprodujo de una manera perfecta mientras que a Antonio lo sacó con ese gesto tan suyo con el que se descaraba con el toro y con el público. Los clavó a los dos y al verlas, Antonio me dijo Niño, ves, hasta aquí me gana papá. También era muy partidario de Cagancho. Lo vio una o dos veces y se hizo un partidario acérrimo.

-Volvamos al maestro. ¿El mejor de todos cuantos has visto fue él?
-Te voy a contestar con unas palabras de Alfonso Ussía que es un hombre muy claro y de mucha educación. Dijo, Antonio Ordóñez ha sido el mejor de su época, el mejor de épocas anteriores y el mejor de los que puedan venir. Yo no he visto a nadie con el espíritu de Antonio, era exigente al máximo con él mismo.

-Lo mejor fue su valor.
-El valor y la prestancia que es algo que se da en muy pocos. La estética es más frecuente pero la prestancia se da en muy pocas ocasiones. Esa mezcla de soberbia y humildad al mismo tiempo que él tenía, es muy poco frecuente, eso tiene que nacer con la persona. Ya solo verle andar por la plaza transmitía.

-Pena grande fue aquel percance último en Benalmádena que frustró su reaparición.
-Una pena, sí. Recuerdo que matábamos toros a puerta cerrada y nos pagaba como si fuesen corridas de toros normales. Decía que no nos podía tener fuera de nuestras casas sin que ganásemos dinero porque en nuestra casa siempre se dijo aquello de “Manos que no dais, ¿qué esperáis? …” o “Para recoger hay que sembrar”.

Paseando una oreja en la Maestranza de Sevilla. Foto: Arjona

-Eso en el toreo se le suele denominar grandeza.
-El primero que la practicaba era mi padre, que ya mayor, cuando ya lo costeaba mi hermano Antonio, se hacía un traje en Collado, que era el mejor sastre de Madrid, que costaba un dineral y llegaba a Triana, una bodega que había en Echegaray, y si veía al camarero con un terno apuradillo, pasaba al almacén y se lo cambiaba. Lo hacía como la cosa más natural. Mi madre no le decía nada, pero mi abuela que era cuchichí… Fíjate cómo era la abuela que se fue con mis padres hasta en el viaje de novios a Nueva York. Se inventó que quería conocer la tumba de Rodolfo Valentino, que le parecía muy guapo, y viajó con ellos en el barco. Mi abuela tenía un arte inconmensurable.

-Cuchichí, sangre gitana al cincuenta por ciento, dicho para quienes desconozcan el término.
-Eso, al cincuenta por ciento, payo y gitano. De los hermanos Cayetano, Antonio y yo somos los que hemos sacado un picotazo gitano, los otros no tenían nada. A mi hermana, que cantaba y bailaba de maravilla, no le gustaba nada el artisteo.

-¿Eso cómo se nota?
-En la forma de entender la vida.

Cuando le pregunto por el padre como torero se acuerda de una anécdota en la finca de Carlos Núñez.
-Por suerte y por desgracia lo vi torear aquel día.

-¿Desgracia?
-Te lo cuento. Yo no me estaba aclarando con una vaca muy brava, andaba con ella, pero no me quedaba quieto, y me dijo: “Niño, cuando te canses me dejas la muleta”, y se la dejé de inmediato. “Tome, padre”. Y le pegó los veinte pases que yo no había sido capaz de pegarle. Ese día comencé a darme cuenta de que yo no podía llegar a esa altura.

El maestro se extiende en las referencias a su padre.
-Mira cómo era. El día de la alternativa de Antonio no dijo ni palabra en toda la tarde y cuando ya de vuelta íbamos por Manuel Becerra y después de encender el enésimo cigarro, me preguntó: ¿Qué te ha parecido tu hermano?… y se me ocurrió decirle que después de verle yo iba a ser torero, a lo que me contestó rápido y serio: Querrás decir que intentarás ser torero. Bueno, pues al llegar a casa le dijo a mi madre, Consuelo, qué crees que me ha dicho el niño… y mi madre, Qué le has dicho a tu padre… Que voy a intentar ser torero… y él añadió: Primera lección aprendida. La segunda me la dio con aquella becerra de Carlos Núñez. La tercera fue en Pontevedra. Pinché un novillo en todo lo alto y me dijo: “Niño, un poco más abajo”. Era el famoso rincón de Ordóñez que, por cierto, ese era el sitio donde mataban Gallito y Belmonte. Cañabate lo dijo como elogio no como crítica.

Con Pichardo y el maestro de Ronda. Foto: Arjona

-Todo un personaje al que la enorme dimensión del hijo, de Antonio, quizá lo ensombreció.
-Yo creo que sí. Era otra época, se toreaba de otra forma, pero hay fotos de mi padre soberbias.

-Coincidió con los grandes, con Ortega, con Marcial, con Bienvenida, con Félix Rodríguez…
-Era algo mayor que Ortega y de Félix Rodríguez decía que era de los toreros que mejor había visto torear con el capote.

-Además de sus cualidades toreras tuvo muy buen feeling con la intelectualidad.
-Hemingway le eligió como protagonista de su libro, aunque luego le puso Pedro Romero porque estaba en activo, fue el año 1925, la temporada en la que tomó la alternativa. Con Alberti también tuvo relación, recuerda las chuflillas.

-No hemos hablado de tus hermanos como toreros. Háblame de Pepe.
-Fue el que más triunfó de novillero. Era muy vibrante. Tenía un toreo muy alegre que le llegaba muy pronto al público. Era el más bajito de nosotros y eso siempre ayuda a calar. En Sevilla cortó cuatro orejas y en Madrid, tres, era un torero preciosista y el único de nosotros que no sabía banderillear.

-¿Y Cayetano?
-Tenía mucho valor. En la Venta Pazo había una foto con un toro de Prieto de la Cal, con las dos rodillas en tierra, tremenda.

-Y nos queda Juan.
-Juan era más fino. Se quitó de novillero como te he dicho después de cortar cuatro orejas y dos rabos en Zafra. Para eso hay que tener la cabeza en el sitio y ser consciente de tu realidad. Luego fue un capotero sensacional, aunque no banderilleaba porque estaba operado de la clavícula.

-¿Cómo vivisteis en la familia la competencia de Antonio con Luis Miguel?
-Fue difícil porque fue muy real. La única vez que he estado, digamos que en desacuerdo con mi cuñada Carmina, que era una mujer muy templada, fue un día en el que le dije, Antonio es mejor que Luis Miguel y me contestó muy seria: Alfonso, ¿no te das cuenta de que estás hablando de mi hermano y de mi marido? Ya no comenté más la cuestión.

-Luego han venido los sobrinos como punto y seguido, por ahora, a una dinastía de grandes.
-Cuando salió Francisco mi hermano Antonio me dijo que torease con él y le dije que no, que no era oportuno. Yo pesaba ciento tres kilos y delante de los novillos iba a parecer ridículo.

En total, me recuerda, han sido dieciocho los Ordóñez que han sido toreros, o lo intentaron como decía El Niño de la Palma, comenzando por Manolo, su hermano. Hubo un tercero, Antonio, al que mató un novillo en una capea, la misma suerte que corrió un cuarto, de nombre Alfonso, que estando de espectador en otra capea de Ciudad Rodrigo, le invitaron a salir y pasó lo que pasó. “Eran cinco hermanos y los cinco lo intentaron, aunque solo mi padre lo logró”.

-Una dinastía de dieciocho toreros que nadie puede dar por cerrada.
-Quién sabe.

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