No sé si mal está lo que mal acaba pero esto ha acabado mal. Zaragoza, tantos años alimento y vitamina para pasar el invierno este año ha sido un fiasco. No sé si tanto o más o menos como el pase a Cultura pero después de este Pilar nos vamos para los cuarteles y tertulias de invierno con el gesto torcido, alicaídos, dicho en castizo plano, jodidos. Han triunfado los que venían triunfando, Juli, Cid, Fandi... y poco más, así que sorpresas cero en una feria que por razones de economía -también de política torera, muchas de las estrellas prefirieron mirar a otra parte- había tenido que renunciar a los carteles redondos en favor de la gente de segunda fila, lo que no dejaba de ser un aliciente en la búsqueda de una renovación del escalafón que siempre es bienvenida. Esa partida que era argumento clave e interesante de la feria se ha perdido claramente. La clasificación general sigue como estaba. No echen la culpa a los chicos, al menos en su totalidad, porque salvando alguna excepción torista, el factor toro ha sido lamentable. En ese tercio lo mejor llevó la firma de Cuvillo, al que hay que reconocerle números y porcentajes de época. Con un mérito añadido, el de gustar a todas las partes, a moros y cristianos, a montoyas y tarantos, a los que mandan y a los que pagan. Teniendo en cuenta que la fórmula -mezcla, productos y porcentajes- es de lo más personal y que da productos muy propios en estos tiempos en los que tanta tinta derramamos contra el monoencaste, la nota debe subir aún más, al fin y a la postre es como combatir al monoencaste desde el propio monoencaste con logros diferenciadores. El éxito de los cuvillos no debe disimular el que se apuntó Fernando Cuadri con otro encaste singular con dos torazos de nota alta. En esa dirección la decepción se llama Partido de Resina, por cierto, por mucho que coincidan las iniciales nada que ver con Pablo Romero. Ni en comportamiento ni en tipo.
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