Querido Juan José, en mi casa se está rezando para pedirle al mismo Dios a quien tú te encomendaste al sentirte herido, que te salve primero la vida y después el ojo izquierdo.
Ese espontaneo “No veo. Por Dios, mis hijos”, dio la medida de la gravedad de la cornada que te había asestado aquel marrajo que sólo humilló una vez y fue para tratar de asesinarte. Te encomendaste a Nuestro Señor y le pusiste en sus manos a lo más grande que tienes: tus hijos. Y esa manera de reaccionar de hombre honrado curtido en mil batallas, es la que encaja con el Padilla que yo conozco. Nos conocimos a través de un amigo común, torero como tú. Él siempre me dijo que eres un hombre bueno, y cuando hablé por primera vez contigo supe que tenía toda la razón. Que eras un ser humano de calidad. Eres transparente. Como persona y como torero. Vestido de luces llevas muchos años pechando con las corridas más duras y peligrosas, dando todo lo que tienes sin reservas ni alivios de ninguna clase. Ni una queja, ni un mal gesto. Todo lo poco o mucho que tienes te lo has ganado a pulso. Nadie te ha regalado nada. Tus hijos merecen criarse y crecer a tu sombra. La sombra de un torero valiente y honrado y un hombre de una pieza que les enseñará a ellos a ser hombres también. Por eso estoy seguro de que Nuestro Señor y la Virgen del Pilar te van a ayudar a salir de este trance tan duro. Ánimo, valiente.
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