Lidiar y matar toros bravos no fue nunca cosa fácil ni estuvo, como el Nodo, al alcance de todos los españoles. El solo hecho de arriesgar su vida vestidos de luces un año tras otro, para conseguir hacer realidad parte de las ilusiones –pocas veces se cumplen todas- que abrigaron al comienzo de su peligrosa aventura, hace de los toreros unos seres especiales y distintos que merecen un gran respeto por parte de quienes amamos la Fiesta. El espíritu de sacrificio lo tienen más que demostrado, pero la temporada que alborea les va a exigir grandes dosis de esa virtud dadas las dificultades con las que se presenta. Mucho me temo que desde algunos ángulos poco razonables van a intentar hacerlos troncos del pagadero de culpas que no son suyas. Al menos en exclusiva.
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