Contaba el abuelo que por los años veinte y treinta del siglo pasado, por julio, en Valencia se daban cita las ganaderías de más prestigio y los toreros de mayor cartel. Once o doce tardes componían la feria y hasta cuatro veces, hacían el paseíllo las figuras de la época. La conocí, mediados los cincuenta. La componían siete u ocho festejos, con las figuras a dos tardes y finalizaba con “la fartá” de ocho toros para cuatro matadores. Ha pasado más de medio siglo y han cambiado muchas cosas. Aquella Valencia, cruzada por el seco cauce del Turia y rodeada por las húmedas tierras de su huerta, fue sembrando de urbanizaciones tanto su interior como el litoral de su costa. Cada nueva urbanización, era como en el retrato de Doryan Grey, una puñalada para la feria. Pedirle a una afición tan especial y definida, como es la afición de Valencia, que una tórrida tarde de julio, perdone parte de la siesta y la zambullida de las ocho en la piscina, es pedirle demasiado. Pasaban los años y cada año habían más urbanizaciones; y sobre todo en el litoral de las playas; desde Sagunto a Gandía.
En los años 20 y 30 la Feria se componía de hasta doce tardes y hasta cuatro veces hacían el paseíllo las figuras
Enrique Ponce ha sido el que durante dos décadas ha retrasado el estado comatoso en el que ha caído la Feria
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