Por José María Jericó

Antonio Corbacho, un amigo

José Mª Jericó
lunes 05 de agosto de 2013

Ha muerto casi de incógnito, él no quería dar lástima, sabía que estaba muy mal pero tenía puesta la esperanza en el transplante que estaba esperando, tal y como me comunicó en una...

Ha muerto casi de incógnito, él no quería dar lástima, sabía que estaba muy mal pero tenía puesta la esperanza en el transplante que estaba esperando, tal y como me comunicó en una conversación que mantuvimos a primeros de año. Su integridad como persona no le permitía quejarse de la dolencia que padecía, cuando le preguntaban siempre contestaba quitando importancia.

Él era un niño de 8 años, yo un chaval de 15 cuando nos conocimos en la Casa de Campo de Madrid en el pinar donde entrenábamos. Siempre bajaba acompañado de su padre. Estuve presente la tarde que por primera vez vistió el traje de luces en un pueblo toledano y le acompañé siempre que pude en sus andanzas taurinas por las capeas de los pueblos de Castilla. Toreó en la plaza carabanchelera de Vista Alegre varias tardes y con la llegada de la democracia participó en un festival que organizó la Agrupación Taurina de Comisiones Obreras de reciente creación en aquella época, en esta misma plaza, alternando junto a Sánchez Bejarano, Aurelio García Higares, José Luis Parada, Pascual Mezquita y José Beamonde. El cronista Jorge Laverón dijo en su crónica “Grata sorpresa fue el novillero Antonio Corbacho, muy artista con el capote, hizo una faena en línea de torero poderoso y a la vez con destellos de arte. Pero por la delirante forma que los monopolios dirigen el espectáculo el muchacho apenas torea”. Como bien decía el cronista le pusieron mil y una zancadillas, y a raíz de torear este festival más aún por las connotaciones políticas que le dieron.

Antonio Corbacho, el torero madrileño de la calle Vallehermoso, que en 1979 vivió la última aventura del toreo en Canarias en aquella portátil instalada en la Playa del Inglés de Las Palmas, donde cosechó importantes triunfos. El mismo que se presentó en Sevilla un domingo de agosto de 1984 y que a pesar de dar dos pinchazos y media estocada al último de su lote, el público le hizo dar la vuelta al ruedo. El que a raíz de su debut con caballos en La Roda y tras la cornada sufrida, recibió la visita en el hospital donde se encontraba de un apoderado vinculado a una de las familias más importantes del mundo taurino, interesándose por él y dispuesto a apoderarle, rechazó el ofrecimiento por lealtad con el hombre que por esas fechas le estaba ayudando.

El descubridor de la figura más importante del toreo, José Tomás, y forjador de otro no menos importante, Alejandro Talavante. Este hombre cabal, con rectitud de intenciones, que nunca sirvió para dar coba a nadie, siempre fue con la verdad por delante y que cantó las verdades al lucero del alba, deja su impronta y un gran vacío en el mundo de los toros.

Antonio, gracias por haber mantenido nuestra amistad a lo largo de toda una vida y por tu aportación a ese mundo que tú amabas y que tan bien entendías, el mundo de los toros. Hasta siempre amigo, descansa en paz.

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