Viéndole en los últimos tiempos no resultaba fácil decidir si Ferrera había sido un artista atrapado en la piel de un guerrero o, si un buen día, su alma de guerrero quedó deslumbrada por las señales del arte y lo había perseguido hasta atraparlo. En esa mixtura, en su capacidad para borrar las fronteras de territorios tantas veces irreconciliables, en la templanza que viene tras el gozo de la victoria, está el atractivo del nuevo Ferrera: un guerrero en paz o un artista en ebullición. Un percance interrumpió su estado evolutivo y ahora, que tan de moda se está poniendo la novedad, Ferrera, veinte años de alternativa, aniversario y novedad a la vez, bonita paradoja, es uno de los atractivos de la temporada.
Fotos: ARJONA
-Mi planteamiento es empezar. Ese es mi primer reto. Después de un tiempo sin estar, volver a estar, volver a sentir el latido de la plaza. Volver es el objetivo y el reto.
-Volver, volver, volver… Eso tiene música. Ese amor apasionado… eso lo canta Vicente Fernández.
-Es que el toreo es pasión.
“Empezar es mi primer reto. Después de un tiempo sin estar, volver a estar. No tengo preocupación, sólo las incertidumbres lógicas, algo que acompaña siempre a los toreros”
Ese ha sido el primer y desenfadado tanteo entre entrevistador y entrevistado, la respuesta de Antonio Ferrera, a punto de cumplir veinte años de alternativa -Olivenza, dos de marzo de 1997, toros de Victorino Martín con Enrique Ponce de padrino y Pedrito de Portugal testificando el acto-, un torero en trance de reaparición después de más de veinte meses de ostracismo y demoras médicas por culpa de una maldita fractura ósea en la plaza balear de Muro. Habíamos quedado en vernos en el campo, me apetecía verle torear cuanto antes y nos hemos encontrado en Alcaraz, en casa de Daniel Ruiz, territorio diría que acotado para las figuras y por tanto ad hoc para este nuevo Ferrera de la templanza. Me asegura todo seguido que en este retorno no hay nada que le preocupe especialmente.-Preocupación no tengo, sí siento las incertidumbres lógicas después de un tiempo sin tener el tacto de la plaza. Eso es algo que acompaña a todos los toreros siempre y en mi caso, en estas circunstancias, más. Es la consecuencia de la imprevisibilidad. Todos sabemos que en el toro puede pasar cualquier cosa, que nada está asegurado ni controlado al cien por cien y en ese sentido uno siempre tiene incertidumbre, nada más que eso. Estoy tranquilo.
Sol, cielo azul, muy azul, ni gota de aire. En la paz de las solanas, estándose quieto, se peca de puro placer. Un mastín se despereza, un bodeguero juega y un urbanita recién llegado de la capital, puro vicio, intenta coger cobertura para su móvil. ¿Quién dijo frío en Alcaraz?... Al amparo de las paredes de la plaza desabrochamos las pellizas, ahora se llevan plumíferos nórdicos que abrigan lo suyo pero nunca serán lo mismo. Ya va para dos horas que el aliento dejó de convertirse en vaho. Un grupo de toreros, amigos, aficionados, invitados y menos invitados… recostados, en cuclillas, en corro, sin formación ni protocolo, pegan la hebra. Hablan y hablan. Ya nadie saca la petaca como antes pero alguien ofrece tabaco liado, Arjona es maestro en ese arte que es placer olvidado, el de liarlo no el de ofrecer. En momentos así el toreo entero, puro riesgo, entra en zona de fuego cruzado, digamos que queda a la intemperie verbal de la concurrencia. Nadie está a salvo. Es mañana de tentadero en el Cortijo del Campo. Van llegando coches. El caballo vestido, las vacas encerradas, música de esquilas al fondo, los mozos de espada, en algo se ha de notar que han venido figuras, tienen a punto los chismes como dicen por ahí abajo, capotes y muletas colocadas en lugar estratégico para cuando las pida el mata. Se prolonga la tertulia a la espera no se sabe de qué. Están las vacas, nos decimos, están los toreros, hoy Ferrera que anda en tiempo de reaparición y Alfonso Cadaval en modo llegada, y está el ganadero, así que no hay lugar a más demora. Encaramados en lo alto de los chiqueros al mando de las operaciones, Juan, el mayoral, veinte años en la casa, y El Chute esperan órdenes. El Chute es una institución aquí. Curtido por el sol serrano, cuadrado y muy apegado al suelo, no anda demasiado firme de los remos. Un mal día lo echó una yegua al suelo y se partió una pierna. Poco tiempo después de que le enyesaran y sin que aquello se hubiese consolidado, se metió en el río a pescar cangrejos y se le deshizo la escayola. Se la apañó él mismo, siguió haciendo vida según su leal saber y entender y cuando aceptó ir a que se lo reparasen ya se había hecho un estropicio de los que no tienen arreglo. Cosas de El Chute, gente buena de campo, que no da la menor importancia a ese renqueo que le quedó.
“Yo no creo que vaya a ser otro torero, pero circunstancias como las que he vivido te ayudan a madurar, a percibir y desarrollarte de una forma distinta a como sucede cuando estás en la vorágine del día a día. Eso puede influirte, pero soy el mismo torero, claro”
¿Preparados?... ¡Vaca, va…! Es la voz del ganadero. Comienza el espectáculo. Largapuya se llama la becerra que rompe plaza, con el 7142 de crotal y el 16 de fuego, bien comida y con carácter. Embiste fuerte. Dice Daniel padre que becerras así siempre hacen falta en una ganadería. Resulta interesante, la observación y la vaca, buena vaca insisto, con cuerpo para que sus crías carguen con los dichosos quinientos kilos que les pedirán y además tiene cara para plaza de primera. Nada definitivo el juego de Largapuya, pronto la mejoraron, la segunda mismamente, Limpiadora “familia del toro de Perera en Nimes”, apunta el ganadero, más torera, con más clase, mete la cara abajo y embiste de lujo. “Esta tiene más ritmo”, pienso y digo en voz alta. “A ti te gusta más porque piensas en torero”, me espeta el mismísimo Daniel. Esto es de locos, me digo, es como si los pájaros les disparasen a las escopetas. “Estás pensando en coger la muleta”, insiste y le dejo decir, a lo mejor porque tiene razón pero sigo pensando que la Limpiadora es mejor. Esa fue la tónica del tentadero. Una buena y otra mejor, para todos los gustos, una para darle importancia al torero y otra para que disfrutase el mismo torero. Ferrera anduvo cumbre, en esa su última versión de mucha pausa, sobrado de torería y muy creativo, tanto que ya de primeras me llamó la atención. Tomo nota del detalle, muy creativo, subrayo en mi moleskine, buscando hacer cosas nuevas. Alfonso Cadaval, que hacía collera, ha dado un estirón. Eso es potestad de los jóvenes. Puede que una vez los veas y tuerzas el gesto ¡uf! y que la siguiente te arranquen un gesto de aprobación. Pues eso, el sevillano aguantó firme el envite del extremeño como un reto personal. Y hasta le salió de rodillas a una becerra a reglón seguido de que Ferrera le armase un alboroto de la misma postura a una mona, en clara demostración de su celo y de aquella creencia que dice que cuando hay pasión hasta puedes hacer abstracción de la entidad del oponente. No digo que dé igual hacérselo a una becerra que al toro, digo que cuando se hace con pasión y sentido puede que le ganes la mano a la realidad y que si en algún sitio pueden suceder esos milagros es en el campo.
En el Cortijo del Campo, sacando una vaca del caballo, Ferrera se acordó del quite de Félix Rodríguez que le había relatado en alguna ocasión. Aquel en el que esperaba de rodillas a que el toro romanease y farol a farol lo dejaba puesto para el siguiente puyazo
Ferrera toreó también de pie con gustosa naturalidad, fácil, relajado, improvisando… Como toreaba ese Ferrera redescubierto hasta que aquel maldito accidente lo paró durante más de un año. En el Cortijo del Campo sacando una vaca del caballo se acordó de una conversación que mantuvimos en ese tiempo, en la que le conté algunas de las hazañas de Félix Rodríguez que habían llegado hasta mí a través de los aficionados de su tiempo y que me permití relatar en un librito que, por cierto, está agotado. Entre el repertorio más exclusivo de aquel torerazo, más demonio que ángel, figuraba aquel quite, su quite, en el que esperaba de rodillas a que el toro saliese del caballo y lo volvía a poner en suerte farol tras farol a poder ser de la misma guisa, sin levantarse. Se acordó Antonio de aquella conversación y sin que nadie lo esperase tiró de la vaca, uno, dos, tres faroles y… ahí queda ¡pueeesta! ante el asombro de todos. Me miró y me guiñó el ojo. ¡Joder, joder!, qué impresión. Eso en una plaza es un bombazo, me dije. Tal y como le salió, espectáculo y precisión, un bombazo. Ahora bien, hay que tener cojones de un joven loco para hacérselo a un toro y sabiduría de maestro para dejarlo allí ¡pueeesto! No sé si al toro de hoy día, más parado, más quebrantado en la suerte de varas, se le puede hacer eso, pero lo imagino en Madrid y veo al siete y al catorce rodando por las escaleras.
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