El fin de semana se apostaba a toros. El toro como argumento principal. La fiesta de cumpleaños en Zahariche y Los Gallos, la concurso de Zaragoza, los algarras tan de moda en la misma capital maña y los fuenteymbros para abrir feria en Sevilla nada menos. Ya sé que no se pueden independizar los toros de los toreros, ni al revés a riesgo de que falte algo esencial. Entiéndase pues por simplificación y por la excepcionalidad del caso, pero lo cierto es que por esta vez en la partida de la semana pintaban toros sin que olvidemos un manojo de toreros interesantes que no tuvieron empacho en sentarse a la mesa a jugar esas cartas y acabaron siendo los protagonistas de la tarde de San Jorge en Zaragoza. Lo de Curro transcurrió en esos escenarios que ponen en valor al toreo, el de la estética y el sentir, ¡qué hermosura, qué delicadeza, que apasionadamente fácil! embelese puro, y el de la épica, ¡qué duro, qué de hombre! qué bravura colgándose de un pitón para asegurar un triunfo que no podía esfumarse como se esfumó en Madrid. El de Luis Algarra, buena corrida, con toda la barba y abundante armamento, lo cogió por el pecho, lo campaneó, lo zarandeó con saña, le lanzó un derrote que le partió la chaquetilla y un segundo que le abrió el muslo para acabar componiendo toro y torero un cuadro de bravura y entereza de los que no se olvidan.
El de Linares sentado en el estribo, el de Algarra con el acero hundido en su anatomía apurando su último aliento camino de los medios donde rindió su vida. La plaza para entonces era un clamor y el presidente un mar de dudas visto lo que se resistió a dar la segunda oreja. Cuando cierro está crónica Curro va camino del hospital con las carnes abiertas y la satisfacción de haber borrado aquel espadazo maldito de Madrid. Los artistas tienen su orgullo. Hubo más, una réplica de honor a cargo de Paco Ureña, con una faena de gran mérito a un toro nada claro, que lo mismo parecía descoordinado, que reparado de la vista que un poco locuno, nada que le importase al de Lorca, que asentó sus reales, en este caso sus zapatillas, y lo acabó sometiendo en faena honda y pura. De las de peso. Para no ser menos se fue tras la espada como hiciese Curro y cobró una estocada a cambio de otro susto. Tardó en doblar el toro y sorprendentemente público y presidente parecieron olvidar tanta entereza. Zaragoza no estuvo justa con Ureña, ayer uno de los mejores Ureña de su carrera.
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Apostaron a toros y ganaron los toreros
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