Es delicado y muy poco gratificante escribir para un portal taurino, cuando existen tocapelotas, afortunadamente pocos, que se escudan en el anonimato...
Es delicado y muy poco gratificante escribir para un portal taurino, cuando existen tocapelotas, afortunadamente pocos, que se escudan en el anonimato de las redes para salir al paso de todo lo que escribimos los profesionales, que damos nuestro nombre e incluso nuestra imagen fotográfica. En mi billete sobre la corrida de Guardiola Fantoni, escribí ayer que los seis toros lidiados eran para olvidar y la tarde para recordarla. O yo no me explicaba bien o algunos le buscan los tres pies al gato para distinguirse de los lectores de buena fe, que son la mayoría, queriendo rectificar la plana al periodista. Incluso hay uno que amenaza con dejar de leer este portal y Aplausos porque no le gusto como crítico. Comenzando porque no soy crítico taurino, sino periodista en el más amplio concepto profesional, y con cerca de sesenta años de ejercicio, el infrascrito puede hacer lo que quiera con su tiempo en función de su libérrima voluntad. Yo también, si supiera que mis columnas eran leídas siquiera por diez como él dejaría de escribir aquí y en Aplausos: ¿Pero qué vamos a hacer él y yo solos contra tantos lectores que las leen con gusto?
Mis artículos, billetes o columnas son de opinión y un viejo axioma del periodismo dice que la información es sagrada y la opinión libre. Pero por respeto a los lectores que leen sin retranca explicaré lo del “olvido y el recuerdo”, por si no me hubiera explicado bien en el billete de ayer. Los toros de Guardiola Fantoni fueron para olvidar, mientras la tarde, la corrida en sí, fue una muestra retrospectiva de la autenticidad de una época en que las faenas premiadas con orejas y rabos, consistían en sacar de las tablas, macheteándolos de pitón, a pitón a uno de aquellos morlacos grandes, viejos y resabiados y meterle la espada rápida y mortalmente. Una época en la que el toro salía manso, con genio y sin asomo de bravura, nobleza ni casta, por lo que no se les exigían a los toreros naturales de mano baja en series largas de cinco o seis pases cerradas con el de pecho, así como que se volcasen en el morrillo en un volapié o recibiendo. Quizás en vez de autenticidad debí poner primitivismo. Pero no lo hice pensando en los que le sacan punta a todo, ya que sabía que se tomarían el rábano por las hojas y se darían por aludidos con tal de distinguirse en sus réplicas, sentando plaza de sabios desde la oscuridad del anonimato.
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