La página de Manolo Molés

Cada uno es una historia

Manolo Molés
domingo 26 de noviembre de 2017

A todos esos héroes, mi respeto, porque no abdican de un sueño magnífico, que es el de sentirse torero importante y hacer cada noche, aunque sea en sueños, el paseíllo en Madrid, en Sevilla, en Valencia, en Bilbao. A todos aquellos que, como Castaño, nos enseñan su capacidad de amar sin ser correspondidos y encima no se aburren, mi admiración.

El invierno taurino mira y se alimenta de América pero no habría que olvidar el otro invierno, el de los toreros que no viajan del viejo al nuevo mundo y que se quedan en su tierra soñando milagros -a veces posibles- para el nuevo año. Y entre los que se quedan en el andén hay muchos toreros que el sistema no ha tratado bien. Y pongo ejemplos: el de Javier Castaño, un torero que tuvo una primera época en manos de la gran casa Chopera y que luego fue apagándose en plena juventud, cosa que suele pasar. Pero pasado el tiempo, en una muy seria y brava corrida de Cuadri en Zaragoza, apareció de nuevo la gran virtud de este torero salmantino: el valor para torear templado. Y aquel éxito televisado sirvió para que volviera a las ferias. Y ahí hay que agradecerle algo que fue bueno para él también, pero mejor aun para la Fiesta y los aficionados. Javier recuperó la lidia total, como Francia la quiere, como en España pocas veces se veía. Y en su cuadrilla puso excelentes picadores y magníficos banderilleros. Y el milagro escondido de la lidia total, de los tres tercios tan necesarios para entender la obra completa (o sea, toro y toreros), o sea, tercio de varas y quites, tercio de banderillas y tercio de muleta y muerte. Como en todo: planteamiento, nudo y desenlace, como en el toro, como en la novela, como en el teatro, como en la vida y como en la Fiesta.

Javier Castaño devolvió el espectáculo total y con corridas generalmente duras. Quién olvida aquella vuelta al ruedo, al final del tercio de banderillas en la plaza de Madrid de los banderilleros y picadores de Javier, que los invitó a que disfrutaran de su protagonismo legal, mientras él preparaba espada y muleta para rematar la tarde.

Claro que hay toreros de más arte o más capacidad que Javier. Lógico. Pero pocos tan generosos con el espectáculo. Por eso hoy le dedico gran parte de esta página a lo que llaman, con mal gusto, “torero modesto”. Aunque la modestia no es ni mucho menos pecado, ni desdoro, para un artista, un torero, un intelectual o un mozo de espadas, gente capital a la que algún día dedicaré esta página de Aplausos. Padilla, que ahora tiene en su casa un estudio especial para las noches de radio, reconoció en Castaño estas y más virtudes. Y si miran la estadística de la temporada (lo que ha toreado cada uno) verán cuánto torero válido está en el cubo del olvido. Ese Fernando Cruz, ese Tejela (sé que él también tiene su culpa), ese Javier Cortés, que tiene que explotar algún día, ese Nazaré y su mano izquierda, ese Lamelas, que todos los días que se viste de luces es para roer el hueso más duro, tantos que no quiero alargar la lista porque siempre quedarán fuera una docena.

¿PARA QUÉ SIRVE TANTA VERDAD? PARA MUY POCO

Vuelvo a Javier Castaño. El año pasado nos estremeció su hombría y torería con miuras en Sevilla. Con dos cojones. Con un cáncer que le aparece en enero y en abril, esa imagen queda para la historia real de la Fiesta y sus héroes, hace el paseíllo y se gana la admiración de todos. ¿Para qué sirve tanta verdad? Para muy poco. Entre otras cosas no volvió a Sevilla al año siguiente. Ni a la de Miura.

Ya sé que cada torero es una vida y una historia diferente. Eso es lo grande de este espectáculo y el ejemplo y la épica torera de Javier Castaño es el referente de la mayoría de los toreros, incluso de ese centenar de matadores de toros que no llegan a vestirse de luces ni diez tardes en la temporada. A todos esos héroes, mi respeto, porque no abdican de un sueño magnífico, que es el de sentirse torero importante y hacer cada noche, aunque sea en sueños, el paseíllo en Madrid, en Sevilla, en Valencia, en Bilbao. A todos aquellos que, como Javier Castaño, nos enseñan su capacidad de amar sin ser correspondidos y encima no se aburren, mi admiración.

MARTÍN ESCUDERO TOREA AL NATURAL COMO POCOS

Los martes me leo las publicaciones taurinas. Empiezo por “La pincelada del director”, pincel fino, no brocha, y acabo con “La espina”, de Paco Mora, y luego escribo el artículo de la semana siguiente porque no busco la plena actualidad (para eso están mis compañeros periodistas de la redacción) sino el reposo y la reflexión de cualquier tema que tenga importancia en la Fiesta. Por ejemplo, que los Lozano, más Caballero y más Amador, hayan decidido seguir en Albacete. Eso es bueno. Porque esa feria, quitando algún manta que apareció por allí, siempre fue la más seria de plazas de segunda. Y ahora sigue siendo la más recomendable. Buena noticia. En ese ruedo, se acordará Ángel Calamardo perfectamente, vimos de novillero a Martín Escudero torear al natural como pocos artistas son capaces. ¿Qué pasa con este torero, tan diferente, tan josetomasista, tan prometedor y tan poco vulgar? O es de cocción lenta o le falta algo para entrar en la batalla de la temporada. Lo que tengo claro es que cada torero, de los 157 que hicieron el paseíllo este año tiene un artículo con matices diferentes. Cada uno es una historia, una vida, un sueño o una pesadilla, un no parar o un banquillo. Y Chenel decía que ahí o te pudres o te curtes. Y Chenel conocía el infierno, el purgatorio y el cielo de los toreros. Cada uno es una historia.

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