Ustedes, toreros de postín, son los únicos culpables de que la Fiesta esté amuermada, porque si exigieran a las empresas que les pusieran con ganaderías bravas y encastadas y con toros en el peso que les corresponde, saldarían sus tardes con un capazo de orejas y volverían a ser ídolos populares.
Perdónenme el título de la película, pero es que me ha venido a la memoria constantemente durante toda la tarde mientras visionaba la corrida de Sevilla en la que Morante, El Juli y Talavante han actuado de matarifes, echando patas arriba carne inmóvil con cuernos, sin la mínima posibilidad de lucimiento. En el pecado llevan la penitencia los infrascritos y todos los toreros que, como ellos, prefieren los cochinos regordíos y descastados, que después de un puyazo se quedan pegados a la arena del ruedo tal que si fueran toros de piedra como los de Guisando. ¿Qué importa que pasen de los seiscientos kilos, si solo sirven para aburrir hasta a las ovejas?
Solo se ha salvado uno, el quinto, que ha pesado cien kilos menos que sus hermanos de pasto, y que, aunque con sus chiribitas y no pocas dificultades, ha tenido movilidad y duración permitiéndole a Julián López “El Juli” sacar a relucir el gran torero que lleva dentro. El de Velilla de San Antonio ha rayado a su altura; la de un torero sabio, poderoso y entregado que ostenta la jefatura del escalafón con todo merecimiento. Como a tal lo ha reconocido el sufrido público sevillano concediéndole la única oreja de la tarde y despidiéndole con una nutrida ovación. Sus dos compañeros han oído música de viento en diversos pasajes de sus respectivas lidias y al cruzar el ruedo hacia el hotel.
Vamos a ver: si ustedes, toreros de postín han demostrado en mil batallas que pueden con el toro bravo, encastado y con duración y movilidad, ¿por qué exigen esos marmolillos? ¿Quizás para no sudar el chispeante y pasar una tarde tranquila y sin sobresaltos? Ustedes son los únicos culpables de que la Fiesta esté amuermada, porque si exigieran a las empresas que los pusieran con las ganaderías bravas y encastadas y con toros en el peso que corresponde a su arquitectura ósea, saldarían sus tardes con un capazo de orejas y volverían a ser los ídolos populares que fueron los toreros cuando los toros saltaban al ruedo con el peso acorde con su encaste y bien encornados, pero sin exageraciones que nada tienen que ver con el auténtico trapío. Pero es más cómodo echarle la culpa de los bostezos a los toros, que sudar la camiseta pudiéndoles a toros bravos de verdad.
Y los hay, ¡vaya si los hay! Pero esos los dejan ustedes para los que cuando termina la temporada no les queda dinero ni para pasar el invierno. Y conste que está muy lejos de mi ánimo restarles a ustedes un ápice de su categoría de grandes toreros. Que lo son, pero… Pero así van ustedes más cómodos. Y al público pagano que le vayan dando… Que le vayan dando motivos para bostezar y salir de las plazas jurando en arameo cada tarde. Y eso acabará echando a aficionados y espectadores de tan anodino espectáculo. Porque aquí nadie tiene ya a estas alturas vocación de mártir. Y menos con los precios de las entradas.
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