Nunca es tarde si el concejal de turno se da cuenta. Alicante, tal y como estaba planteado su arriendo y con el añadido de la brutal crisis que está atravesando el país (o mejor dicho: la gente de este país) era una ruina evidente. Y tangible. Sobre todo para el bolsillo de Simón Casas y de Nacho Lloret, la gente que lleva el timón y las cuentas de esa concesión. Simón lo dejó claro y hasta renunció a seguir en ese agujero sin fondo en que se había convertido la plaza alicantina.
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