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Dámaso, la última leyenda del toreo

Se forjó atravesando veredas con el hatillo al hombro, viajando en los topes de los trenes, durmiendo al raso y dando el salto desde las talanqueras. Esa fue la escuela de un chiquillo que comenzó como Curro Alba y terminó como "el Rey del temple". Con Dámaso González Carrasco ha muerto la última leyenda del toreo. Se forjó atravesando veredas con el hatillo al hombro, viajando en los topes de los trenes, durmiendo al raso y dando el salto desde las talanqueras. Esa fue la escuela de un chiquillo que comenzó como Curro Alba y terminó como "el Rey del temple". Menudo de estatura, pero con un corazón que no le cabía en el pecho. Serio y circunspecto, modesto en su manera de producirse en las distancias cortas e incapaz de ofender a nadie, ni con un gesto ni con una palabra. Nunca buscó el brillo ni el halago fuera de la plaza. Conocerlo era quererlo.

Como torero hizo de las distancias cortas su feudo, pero para torear encajado, despacio y templado. Era uno de esos toreros que se podía contemplar a vista de pájaro y saber a ciencia cierta que era Dámaso González. El valor, la entrega y el amor a la profesión fueron su divisa. Todos los que, después de él, han pisado “el terreno de Dámaso” han sido figuras y se han hecho ricos. En la última conversación que tuve con él, tomándonos un café rápido en Albacete, porque siempre tenía un trabajo que le esperaba en la finca, me dijo una vez más: “El toreo de verdad comienza del embroque hacia adelante, porque esa es la única manera de ligar, y sin ligazón, no hay faena”. Decía las cosas con sencillez y humildad. Nada más lejos de su ánimo que sentar cátedra de nada. Te miraba con aquellos ojos grandes que rezumaban sinceridad, y sabía si habías entendido lo que te quería decir.

Nos conocimos en Barcelona cuando se presentó como novillero y puso La Monumental boca abajo. A lo largo de toda su carrera lo vi muchas veces, especialmente en Albacete, Valencia, Madrid y Barcelona y, cuando en el año 2000 reapareció fugazmente de la mano de Manolo Lozano, le narré varias corridas en la Televisión de Castilla-La Mancha. Solía llegar al hotel con su esposa, esa mujer que le ha cuidado con amor infinito desde el día que iniciaron su vida juntos y que además era la mejor partidaria del torero.

Tan buena persona era, que para quienes lo hemos conocido y tratado era muy difícil que, siendo un grande de la Tauromaquia como era indiscutiblemente, el hombre no le ganara la partida al torero. En la próxima feria de septiembre ya no lo veré en su barrera, junto a la Feli de su alma, muy cerca del burladero de callejón en el que me suelo colocar. Pero entornaré los parpados y con los ojos del alma todavía lo veré cruzado entre los dos pitones de un toro de niebla, alargándole el viaje con su templada muleta. Adiós, amigo, adiós torero, si no fuera porque será difícil que yo vaya a la gloria en la que tú ya estás, porque has sido, además de un grande del toreo, una persona buena donde las haya, te diría hasta la vista. Pero por si acaso Dios me perdonara todas mis travesuras, hasta más ver Dámaso, amigo, compañero del alma, compañero. Porque como dijo el poeta; tenemos que hablar de tantas cosas…

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Paco Mora

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