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Daniel Luque impuso su ley

Al acabar la corrida de la restauración flotaba en el ambiente por encima de cualquier otra circunstancia el poderío de Luque. Torero, torerazo. Ayer sí. Diría que como sus mejores tardes, marcando el camino que le debe poner donde los más grandes apenas encuentre la colaboración de la parte contraria. ¿Qué quién es la parte contraria?… pues diría que lo de menos son los sorteos. Lo hizo en sus dos toros, que puestos a medir fue el lote de mayor complicación, estuvo firme y seguro, no dio un paso atrás en toda la tarde, toreó con mimo y miel de capa a su primero, que acabó siendo devuelto apenas blandeó; toreó al sobrero como si fuese bueno cuando no lo era, en realidad era una prenda; y se montó encima del quinto, al que acabó rindiendo y hasta dulcificando sus medias embestidas. Solo los pinchazos previos a la estocada a este le cerraron la puerta grande y no fue porque no se tirase con disposición.

Ferrera, que sacó un capote de seda azul purísima a juego con su terno, hizo lo mejor en su segundo cuando empuñó la zurda en el tiempo que duró el toro, que como todos sabemos en el caso de los victorinos no es mucho, y macheteó a su primero (se agradece la brevedad en esos casos) con el que previamente se había equivocado brindando al público. Para qué, por qué… Román por su parte se fajó con su primero con una ilusión contagiosa que le hubiese valido la oreja de no haberse liado con la espada como se lio con el sexto. No se puede matar tan mal, tan sin confianza, fundamentalmente porque cuando tienes una plaza entregada, con lo que cuesta que se entreguen, como la tenía en su primero, cuando tanto se necesita el triunfo, semejante desatino supone despilfarrar el futuro.

Eso en lo que respecta a la grey torera pero no sería justo obviar la forma y poderío de Fernando Sánchez con las banderillas. Les gana la cara a los toros con galanura y despaciosidad, clava por delante y sale sin prisas, que es justo lo contrario que le pide el cuerpo a cualquier mortal. Se lo hizo a la corrida de ayer, tan astifina, y tan lista en banderillas, y se lo hace a diario al más pintado al punto de que puede parecer cosa fácil cuando es todo lo contrario. Y eso en Valencia tiene especial calado.

FUERA SONRISAS

Los carteles anunciaban victorinos y a partir de ahí todo fueron palabras mayores. Más tensión, más miedos, más importancia, fuera sonrisas, prohibido distraerse en los tendidos y mucho menos en el ruedo. Ese es el toro que rescatase el gran Victorino, correoso, musculado, listo, unos con la guasa a flor de piel (como el primero incluso el sexto, mismamente), otros con la nobleza agazapada a la espera de un buen trato (como el cuarto por el pitón izquierdo o como el tercero) y mientras lo perciben, sabido es, se muestran amenazantes, miden, asustan y el que no se asuste es que no tiene corazón o directamente no piensa arrimarse. No fue el caso de ninguno de los espadas de este domingo. Los tres, Ferrera, Luque y Román, y sus respectivas cuadrillas, le echaron agallas y se arrimaron, cada uno a su manera como queda dicho. Si resumimos, la corrida tuvo más fachada que bravura. Alimaña fue el primero; no fue nada claro el sexto aunque siempre quedará la duda de qué hubiese sido de haber encontrado más sometimiento; calidad tuvo el pitón izquierdo del cuarto; posibilidades el tercero; poco recorrido y su punto de mala leche segundo y quinto; y decir que por esta vez no les pegaron más de lo que les pegan a otra corrida y en esa suerte, Jaime Soro tuvo una buena tarde; al conjunto no les sobraron las fuerzas, ni tampoco la bravura y puntuaron alto en cuanto presentación pese al feo sexto. En fin, que al arrastrar este quedaba pendiente la gran corrida que merece Valencia y que a buen seguro que Victorino tiene en el campo.

ESE MAL TIEMPO

Con la amenaza de lluvia convertida en tema estrella de todos los informativos -al fin llueve, dicen alborozados los que no tienen alma torera- la meteorología se ha convertido en el peor de los antitaurinos. Mucho peor que la docena de vociferantes que aullaban frente a la plaza soflamas animalistas y descalificadoras a la gente de paz que iba a los toros cuando allí arriba, eso también lo dicen los informativos, está cayendo la que todos sabemos, bombas nada menos. No cabe mayor estulticia por mucho que les suponga el jornal del fin de semana. Les hablaba del tiempo como el peor enemigo de estos días, que al fin y a la postre a los de la pancarta les haces oídos sordos o los circunvalas, pero al frío no, ese se te agarra al pecho y te zarandea con las intenciones de un morlaco pregonao. Eso es la respuesta si te preguntas por qué la plaza no registró la entrada que el cartel y la ocasión merecían.

Volviendo al ruedo me quedo con Luque, que lanceó con mimo y miel en justa correspondencia a la clase de su primero tan pillado de fuerzas que duró nada y menos en la arena. Al sobrero, un vagón de tren, con 615 kilos, lo trasteó con perfecta técnica, la oportuna, con la muleta retrasada para aprovechar su corto recorrido y con ausencia de toques, lo que le acabó valiendo una oreja pese a la tardanza en doblar tras excelente estocada; al sexto, toro dormido y amenazante sin apenas recorrido, le robó una faena que parecía no existir, lo logró a fuerza de firmeza y decisión, y a este cuando tenía la puerta grande abierta, lo pinchó.

Ferrera dibujó el natural de la tarde en su segundo. Templado, largo, reunido, derecho el cuerpo, de principio a final, casi por sorpresa, con la muleta suelta y el mando largo. El momento tuvo continuidad aunque ya más forzado en un trasteo que crecía con la izquierda y menguaba con la derecha.

Román tuvo el triunfo en la mano en su primero por una faena apasionada que no apasionante, muy de Román, con más ilusión que técnica, con más arrebato que sosiego pero cada uno es como es y ese es el mejor Román. Luego lo dicho más arriba, lo mechó de pena y en su segundo no hubo el mismo entusiasmo ni la misma conexión. Y con la espada más de lo mismo. Pena más grande aún, puta memoria.

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Daniel Luque impuso su ley

José Luis Benlloch

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