El pasado mes de agosto y lo que llevamos de septiembre se ha puesto de relieve con meridiana claridad que solo hay dos condiciones, aparte de la entrega y la voluntad, que pueden hacer de un torero una figura grande. Esas condiciones esenciales son el corazón y la cabeza, y cuando en un hombre que se viste de luces se conjugan las dos, surge una figura de época. Un Sumo Pontífice de la Tauromaquia. Que es el caso de Enrique Ponce. En esa línea le siguen en los puertos de montaña del toreo de estos finales de verano, pegados a rueda y empeñados en acortar distancias, Julián López “El Juli” y José María Manzanares, con su depurada técnica y un valor espartano el de Velilla de San Antonio y rebosante de arte y torería el alicantino.
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De toreros y milagros
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