Firma invitada

Diego (Por José Mª Hurtado)

José Mª Hurtado
lunes 26 de diciembre de 2011

Puedo -y voy- a escribir de Diego Puerta, ahora que ya se han acabado sus funerales, sus anécdotas, sus… Ya no hay más que decir del valor, de la técnica, de la inteligencia… Queda lo personal. Es lo mío. En parte, claro…

He dicho y escrito unas pocas veces que yo “no escribo sobre la actualidad”, que no me puede la misma, que no soy su prisionero. (Y conste: lo he sido y sé serlo, pero ahora no me apetece). Por eso, puedo -y voy- a escribir de Diego Puerta, ahora que ya se han acabado sus funerales, sus anécdotas, sus… Ya no hay más que decir del valor, de la técnica, de la inteligencia… Queda lo personal. Es lo mío. En parte, claro.

María, Guadalupe, Diego, Rocío, María José, Dolores, Pedro (Pedrito)… Su familia más directa. Pero aún traté a su suegra, a su tío (Algabeño), a sus cuñados… Asistí -mientras pude- a las bodas de sus hijos. Puedo presumir de haber sido padre (virtual, claro) de alguno de ellos.

Lo vi torear, claro que lo vi torear. Pero no voy a escribir ni una palabra al respecto. Ni siquiera de la última vez, en un festival en Utrera, tras el que presumió: “No, no entreno jamás. Nunca cojo ni un capote ni una muleta”. Me lo dijo porque le vi para reaparecer. No, no voy a hablar de su toreo. Sobre todo porque puedo alardear de que su nombre y el mío estan unidos para siempre -él, prologuista; yo autor- en un libro taurino.

Me interesó el matrimonio María y Diego. Y sus hijos. Y su familia, en Alfonso XII, en Sevilla. Nadie tan sencillo, tan entrañable como ellos.

Y la naturalidad de lo natural, cuando en plena paridera, un jato asomaba la gaita tras un árbol.

 

“Ese becerro es hijo de la 86. ¡Seguro!”.

Conducia él, claro. Mi mujer, gran aficionada de tendido, obnubilaba.

La Resnera, Chichina… Los garbanzos que no vendía si no se los pagaban como pedía. “Aquella esquina me la pagaron en un talón al portador de… millones”.

Ese fue el Diego que me interesó. “Cómprame una silla de montar en Portugal”. “Me ha nacido una camada. Llévate el que quieras”. No, no eran bravos. Eran perros. Pingo (caramelo en portugués), mi perrito, que nació en casa de Diego Puerta, vivió 11 años en la mía.

Diego Valor. Para mí, fue horas de siesta, algún viaje, el teléfono -siempre hablando yo con María- para decirle que no se preocupase, que Rocío estaba -con mis hijos- estupendamente.

Lo vi por única vez en mi vida. Un señor arrodillándose en un semáforo, ante su presencia. Aluciné. Era noche y Sevilla. Así lo recordaban: como a un Dios.

Sabía que estaba muy malito. Tenía -justo- un año más que yo. ¿Torero? ¡Persona! Con dos… María, Guadalupe, Diego, Rocío, María José, Dolores, Pedro (Pedrito). Sí, Diego Puerta, Puerta Hermanos… Sus hierros… ¡Mis recuerdos!

Por cierto, lo dije en APLAUSOS hace “tropecientos” años: Me he quedado con las ganas de escribir “su” libro. Y eso que me había compinchado con María. Pero que si las fotos, que si el mozo de espadas “aquel…”, que si…

Hubiera contado la utopía de que Diego entendiese (¿aceptase?) que aquel torero -él, su apoderado virtual- no fuese como él quería que fuese. Y mi argumento: “Sí él fuese como tú, se llamaría Diego Puerta”.

Es muy difícil encontrar a alguien con las ideas tan claras. Al menos, en lo que de efímero tiene el toreo como profesión. Por eso se fue tan joven. Y nunca se arrepintió.

Por nuestra parte, hemos recordado toda su grandeza.

 

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